¡SIGNO DE CONTRADICCIÓN!
Juan Pablo II escribió un libro con este
título “Signo de contradicción” y en él dice que quizá signo de contradicción
es una definición distintiva de Cristo y de su Iglesia. Jesús es signo de
contradicción para las personas que lo rechazan obstinadamente. Pero
para los que lo aceptan, Jesús es su salvación.
Jesucristo constantemente está hablando
en este mismo sentido: Yo soy la vid y vosotros los sarmientos, el que está en
Mi y yo unido a él da mucho fruto, porque sin mi nada podéis hacer. El que en
mí no estuviere, será echado fuera como mal sarmiento y se secará (Jn, 15). El
que no está conmigo está contra mí (Mt. 12,30). Es signo de contradicción
porque revela lo que hay en cada corazón.
El Evangelio está marcado por la contradicción, suscita una auténtica sacudida, y contradice nuestras posturas no verdaderas. La bondad suscita contradicción, nos pone contra la pared, ante la verdad. Y hay dos posturas: verlo, abrir los ojos y rendirse a la verdad, o ponerse en contra. Ahí está la división de la que habla Jesús, no he venido a traer la paz (Lc. 12-51).
Signo de contradicción porque se pone
frente a frente verdad y mentira, amor y odio, vida y muerte, alegría y tristeza, fariseísmo y autenticidad.
El mensaje del cristianismo incomoda porque proclama y afirma grandes hechos y
realidades. Signo de contradicción es proclamar la dignidad de todo el hombre, el
respeto incondicional a la vida, la fuerza y riqueza de la familia, creer en la
verdad, en el bien, en la belleza a la que estamos llamados.
A las mentalidades consumistas,
reduccionistas, materialistas, abortistas, hedonistas etc. molesta el Evangelio
y no quieren ver que están equivocadas y que la felicidad no se obtiene por ese
camino. Claro, hay valores que son signo de contradicción como son la
fidelidad, el sacrificio, el desprendimiento, la castidad.
Durante la Presentación de
Jesús en el Templo, José y María escucharon unas sorprendentes palabras
proféticas del anciano Simeón referidas a Jesús: «Puesto está para caída y
levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; y una espada
atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc.2, 34-35).
En este mundo consumista, consumido por el consumo que lo
consume, ¿Cómo aceptar, por ejemplo, el agrio mensaje de Jesús en el Sermón
del monte: "Dichosos los pobres en espíritu porque de ellos es el Reino de los
cielos; dichosos los tristes, porque Dios los consolará; dichosos los humildes, porque
heredarán la tierra; (...) dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios
(…) dichosos los injuriados y calumniados por causa mía. Alegraos y
regocijaos, porque grande será la recompensa". (Mt, 5, 3-12).
El día en
que Jesús pronunció este discurso firmó su propia sentencia de muerte: no puede
predicarse algo tan contrario al dogma social de este mundo, sin que éste acabe vengándose.
Porque decir las cosas que dijo es el mejor camino para crearse enemigos: la crucifixión
no puede estar lejos - dirá Carlos Díaz - de quien se atreve vivir radicalmente
su cristianismo. ¿Por qué todos y cada uno no tomamos nota de este compromiso asumido
en nuestro Bautismo, y fundamentalmente, aquellos burócratas cristianos que se dicen
“representantes” del pueblo?
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