¡ES POSIBLE!
No se supera el mal con el
mal. En efecto, quien obra así, en
vez de vencer al mal, se deja vencer por el mal. No se supera el
mal con el mal. En efecto, quien obra así, en vez de vencer al mal, se deja vencer por el mal. Ante el
dramático panorama de la violencia ejercida por cualquiera y en cualquier lugar,
la única opción realmente constructiva es detestar el
mal con horror y adherirse al bien (cf. Rm 12,9).
La paz es un bien que se promueve
con el bien: es un bien para
las personas, las familias, las Naciones de la tierra y para toda la humanidad;
pero es un bien que se ha de custodiar y fomentar mediante iniciativas y obras
buenas. Se comprende así la gran verdad de otra máxima de Pablo: « Sin
devolver a nadie mal por mal » (Rm 12,17).
El mal no es una fuerza anónima que
actúa en el mundo como predestinación fatal e impersonal. El mal pasa por la
libertad humana. El mal tiene siempre un rostro y un nombre: el
rostro y el nombre de los hombres y mujeres que libremente lo eligen, o bien, no
optan por combatirlo.
Personas amigas, compañeros de trabajo, vecinos,
parientes cercanos, incluso, reniegan de sus principios básicos de sana convivencia
humana, tornándose insoportables al no ver en el “otro” nada bueno. ¿Cómo lidiar
con este tipo de gente, desesperantemente tóxicas? ¿Cómo soportar la obstinada repelencia
del semejante que sólo ve maldad en todo y en todos, aunque no exista?.....la
única opción realmente constructiva – repetimos - es detestar el mal con horror y
adherirse al bien.
Ejemplo de lo señalado nos presenta la
Sagrada Escritura: Adán y Eva se rebelaron contra Dios y Caín mató a su hermano
Abel (cfr. Gn 3-4).
Fueron las primeras decisiones equivocadas, a las que siguieron otras
innumerables a lo largo de los siglos. ¡Y hoy, la historia se repite una y otra
vez!
Basta reflexionar un poco para descubrir
que el mal, es simplemente un trágico escaparse de hacer las cosas bien, es decir,
rechazar las exigencias de Dios. El bien moral, por el contrario, nace del
amor, se manifiesta como amor y se orienta al amor.
Esto es muy claro para el cristiano que no
solamente sabe, sino además, entiende que la participación en el Cuerpo místico
de Cristo establece una relación particular no sólo con el Señor, sino también
con los hermanos. Y comprender eso no es cosa fácil.
En la situación presente
– había expresado Juan Pablo II - cualquiera percibe
la impresionante proliferación de múltiples manifestaciones
sociales y políticas del mal: desde el desorden social a la anarquía y a la
guerra, desde la injusticia a la violencia y a la supresión del otro. Para
orientar el propio camino frente a la opuesta atracción del bien y del mal, la
familia humana necesita urgentemente tener en cuenta el patrimonio
común de valores morales recibidos como don de Dios.
Ante tantos dramas como afligen al
mundo, los cristianos confiesan con humilde confianza que sólo Dios da al
hombre y a los pueblos la posibilidad de superar el mal para alcanzar el bien.
Con su muerte y resurrección, Cristo nos ha redimido y rescatado pagando «un
precio muy alto» obteniendo la salvación para todos.
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