miércoles, 30 de enero de 2013

LA CONCIENCIA

¿Enclenque y desfigurada, hoy?

“He desobedecido a la ley, no por querer faltar a la autoridad británica, sino por obedecer a la ley más importante de nuestra vida: la voz de la conciencia”. (M. GANDHI).

La conciencia juzga con criterios absolutos porque puede juzgar desde el más allá  de la muerte. Un “más allá” que es precisamente lo que esta en juego. Por la presencia de ese criterio absoluto intuye el hombre su responsabilidad absoluta y su dignidad absoluta. Por eso entendemos a Tomás Moro cuando escribe a su hija Margaret, antes de ser decapitado: “Esta es de ese tipo de situaciones en la que un hombre puede perder su cabeza y aun así no ser dañado”.

La conciencia es una brújula para el bien y un freno para el mal: el hombre no lucha como los animales, solo con uñas y dientes, sino también con garrotes, arcos, espadas, aviones, submarinos, gases, bombas. Para bien y para mal, la inteligencia desborda los cauces del instinto animal y complica extraordinariamente los caminos de la criatura humana.

Un repaso a la historia revela que ese sexto sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, se encuentra en todos los individuos y en todas las sociedades, entre otras razones porque todo individuo, desde niño, es capaz de protestar y decir ¡no hay derecho!  La conciencia es un juicio de la razón, no una decisión de la voluntad. Por eso la conciencia puede funcionar bien y, sin embargo, el hombre puede obrar mal. Con otras palabras: la conciencia es condición necesaria, pero no suficiente, del recto obrar.

Yo soy medianamente bueno, y, con todo, de tales cosas podría acusarme, que más valiera que mi madre no me hubiese traído al mundo. Soy muy soberbio, ambicioso y vengativo, con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para concebirlos. ¿Por que han de existir individuos como yo para arrastrarse entre los cielos y la tierra?

En cierta medida, la conciencia es fruto de la educación familiar y escolar, pero sus raíces son más profundas: está  grabada en el corazón humano. También hemos sido educados para tener amigos y trabajar, pero la amistad y el trabajo no son inventos educativos sino necesidades naturales: debemos obrar en conciencia, trabajar y tener amigos porque, de lo contario no obramos como hombres. 

Ante la necesidad de decidir moralmente, resulta necesario educar la conciencia. Tal educación debe ser temprana y no interrumpirse, pues ha de aplicar los principios morales a la multiplicidad de situaciones de la vida. Una educación protagonizada por la familia, la escuela y las leyes justas.

Una educación que lleva consigo el equilibrio personal y que supone respetar tres reglas de oro: hacer el bien y evitar el mal, no hacer el mal para obtener un bien y no hacer a nadie lo que no queremos que nos hagan a nosotros. (José R. Ayllón - Introducción a la Ética)             

Estimado lector,  a usted qué le parece?
                            

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