Palabra explicada por muchos; practicada por pocos.
Cualquier mortal dice, explica y pontifica sobre el gastado vocablo diálogo. Pero, “vivir el diálogo” es otra cuestión. Es necesaria una cierta disposición de ánimo, y sobre todo, un fuerte deseo de escucha para dialogar. Aquel que normalmente está cerrado, no dialoga; tampoco aquel que solamente quiere ser escuchado porque necesita proyectarse o porque se siente superior.
Para dialogar es preciso crear, previamente un clima acogedor: interés por la otra persona, confianza y simplicidad. Para poder dialogar es necesario apartar el miedo. Cuando se teme a la ironía, el desprecio y la agresividad, el diálogo no es posible. Se dialoga cuando se confía en el interlocutor y cuando se siente una confianza recíproca. Además es necesario decir algo que sea válido.
Conviene cuidar mucho las formas. Los agresivos apagan el diálogo; los delicados facilitan su realización y su profundización. Dialoga aquel que piensa en aquello que escucha y no sólo en aquello que debe y quiere decir.
La práctica y la experiencia cuentan mucho. Como el arte, el deporte y el estudio, el diálogo requiere preparación progresiva y paciente. No se dialoga cuando se quiere, sino cuando se sabe.
Existen diálogos espontáneos que surgen de improvisaciones, existen aquellos que deben ser minuciosamente preparados. No es fácil decir cuál es el más valido. En el diálogo, lo que importa es el resultado y no tanto la técnica.
Cierta tranquilidad y tiempo hacen el diálogo fecundo y profundo. Pretender dialogar con prisa y con modelos estrechos es reducir las posibilidades de acierto. No es tan fácil escuchar lo que se sabe, como decir lo que se desea. Para dialogar es necesario cultivar la paciencia y la esperanza.
El diálogo nunca puede ser anónimo. Se comprometen aquellos que lo practican sinceramente. El compromiso siempre requiere un refuerzo; por eso, se impone en cada diálogo la aproximación personal y mucha claridad en las intenciones. El diálogo alegre es agradable y deja detrás de sí el deseo de volver a repetirlo.
Si afirmamos saber dialogar, ¿por qué se rompen tan fácilmente relaciones amistosas, laborales y conyugales?. Sabemos que toda palabra tiene poder de destruir o construir. Quizá sea oportuno ensayar palabras de amistad y acogimiento para reconstruir tantas relaciones maltrechas, o evitar el deterioro de sabrosas relaciones interpersonales.
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