¿POKARÉ y PANILLERISMO FOREVER?
Se lee, escucha y comenta que en el Congreso constatan manipulación de relojes biométricos. El senador Eduardo Petta comentó los entretelones y las medidas que se fueron tomando a partir de la implementación de los aparatos con los que se pretendía controlar la asistencia. Refirió que en el 2014 era un secreto a voces que había una gran cantidad de funcionarios que no iba a trabajar, que supuestamente estaban comisionados a otras instituciones y solamente aparecían para cobrar sus salarios.
En la era de la tecnología
y especialización, ya no tiene cabidas secretos, sigilos ni seguridad. Perece
que la trampa astuta y perversa tiene vía libre sin frenos ni barreras en
nuestra dolorida patria. Así las cosas, ¿qué mecanismo de control garantiza o
justifica su existencia? ¿Acaso hemos sido despojados de principios y valores como
honestidad, puntualidad, veracidad…?
Ante repetitivos
hechos de bajezas, falsedad y engaños, el
famosísimo Uri Geller,
ilusionista israelí, conocido por sus habilidades paranormales
como telequinesis, telepatía…podíamos
ver cómo doblaba objetos metálicos y paraba relojes, o hacía funcionar más
rápido, etc., se ruborizaría de vergüenza por ser “derrotado en sus habilidades”
por tantos funcionarios públicos de nuestra fauna
guaraní.
Con harta frecuencia la ciudadanía manifiesta su enojo por hechos
de corrupción aquí y allá, por izquierda y por derecha, cuando un funcionario
público que se aprovecha de su cargo y produce un perjuicio patrimonial a la
institución estatal a la que pertenece, no recibe ninguna ejemplar sanción.
¿Qué significa una a imputación fiscal por el
hecho punible de lesión de confianza para tantos funcionarios en el ejercicio
del cargo? ¿Cuántos representantes del pueblo imputados siguen atornillados a
su silla como si nada? ¿No debería avergonzarnos tanta impunidad, o es que
sencillamente nos conformaremos con la miserable costumbre de cacarear: así
nomá loo ko somo?
No es un deseo obstinado de descalificar
a todos los funcionarios públicos sino de castigar a aquellos que delinquen. La
crisis moral no solo existe en la función pública sino también en distintos
ámbitos de la función privada. Todos, alguna vez, deben ser penados cuando
pisotean la ley. De lo contrario, continuaremos tan hipócritas al calificarnos
de ciudadanos libres. En las actuales condiciones, No lo somos.
El cambio es difícil si se espera tal
milagro de los de “arriba”. Cada gobierno entrante, además de culpar al
anterior, cae en los mismos vicios que condena: Nos prometen democracia
mientras más nos hunden en la desgracia. El ansiado cambio no se construye con
estadísticas, números macroeconómicos y discursos histriónicos. Hay que poner
manos, pecho y patriotismo para hacer más y hablar menos.
Con palabras sencillas: gobernantes y
gobernados, desde hace mucho tiempo, sufrimos acelerado proceso de anemia
generalizada. Por consiguiente, es justo, necesario y urgente recuperar la salud moral, comenzando esta ardua
tarea por las familias fracturadas, combatiendo la delincuencia juvenil, el desplome
y desprestigio de nuestro ser como persona. Este desafío nos incumbe a todos.
El desapego al cumplimiento de las
normas por quienes deben cumplir y hacerlas cumplir es una tarea
pendiente. Paralelamente, hay que corregir las leyes mal elaboradas con tanta
torpeza (ley vyroreí) que se promulgan hoy, para en seguida derogarlas,
porque ndajé no había sido
estudiado “conveniente” y no favorecen al bien común.
Esta y otras perlas
de nuestro irredimible “acervo cultural” es el “resultado de la incapacidad
administrativa, moralidad rotosa henchida de ambición y de codicia, gobierno
destinado y disoluto y un pobre país a la deriva”, dirá el querido maestro
Secundino Núñez en Sociedad y Política p. 79).
La derrota no es el destino
final para un país como el nuestro. Podemos y debemos levantarnos de esta larga
postración, porque la fe cristiana y madura no puede arrugarse ni quedar muda
ante tanta osadía maligna. Salgamos pues, de este fango de deshonestidad y
mentira Ya.
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