SAN JUAN CRISÓSTOMO
Obispo de Constantinopla. Doctor de la Iglesia.
Patrono de los Predicadores. Llamado “boca de oro” por su gran elocuencia.
Así las cosas.. ¿Quién puede alegar válidamente un absoluto desconocimiento del
mal?
Cometió Adán el primer pecado, e inmediatamente se
escondió. Ahora bien, de no saber que había obrado mal, ¿qué necesidad tenía de
ocultarse?. Por aquella época no había Escrituras, ni Ley de Moisés. Por dónde,
pues, conoció el pecado y se escondió?. Y no solo se ocultó, sino que, acusado,
trata de echar la culpa a otro, diciendo: la mujer que me diste, me dio del
árbol y comí. (Gen 2,12). Y ella, a su vez, echó la culpa a la serpiente (…).
Lo mismo cabe ver en la historia de Caín y Abel.
Ellos fueron los primeros en ofrecer a Dios las primicias de sus trabajos. “Quiero
demostrar que el hombre no solo es capaz de conocer el pecado, sino también la
virtud”. Que el hombre conoce ser un mal el pecado, lo demostró Adán y que sabe
que la virtud es un bien lo puso de manifiesto Abel.
Si este ofreció aquel sacrificio, no es porque lo
aprendiera de nadie, ni porque hubiera oído entonces alguna ley que hablara de
las primicias; el mismo, su propia conciencia, fue su maestro. Allí estaba Adán
solo con sus hijos, y por ahí podemos comprender que el conocimiento de lo
bueno y de lo malo era un don primero de la naturaleza.
La conciencia dice al hombre cuando actúa mal. ¿Qué
dicen los griegos? No tenemos afirman- una ley que la conciencia conozca por sí
misma, ni infundió Dios nada de eso en nuestra naturaleza. Entonces ¿en qué se
inspiraron los legisladores para establecer leyes acerca del matrimonio, del
homicidio, de los testamentos, depósitos, avaricias e infinitas cosas más?
¿En qué se inspiraron los antiguos? ¡Evidentemente en
su conciencia! Porque no van a decir que trataron con Moisés y oyeron a los
profetas, No. Es evidente que los antiguos pusieron las leyes inspirándose en
la ley que Dios infundió al hombre al plasmarlo, y por ella se inventaron las
artes y todo lo demás.
Del mismo modo se constituyeron tribunales y se
determinaron castigos. Lo mismo que dice San Pablo. Muchos gentiles le iban
a replicar y decían: “¿cómo puede juzgar Dios a los hombres anteriores a
Moisés, cuando no les envió un legislador ni les propuso una ley, ni les mando un
profeta ni un apóstol, ni un evangelista? ¿Qué derechos tiene a pedirles
cuentas?”
Habéis cometido un adulterio tú y el otro; ¿qué razón
hay para que al otro lo castigues y tú te tengas por digno de perdón?. Si no
sabías que el adulterio es un crimen, tampoco había que castigar al otro. Mas
si castigas a otro y tú piensas escapar al castigo, ¿qué lógica es esa que, siendo los pecados
iguales no lo sean las penas? (…)
En conclusión puesto que Dios
ha de pagar a cada uno según sus obras, y nos puso la ley natural, y más tarde
la escrita, a fin de pedirnos cuentas de nuestros pecados y coronarnos por
nuestras virtudes, ordenemos con gran cuidado nuestra vida, como quienes han de
comparecer ante el tribunal severo, sabiendo que si después de la ley natural y
la escrita, después de tanta predicación y continua exhortación, todavía
descuidamos nuestra salud, no habrá para nosotros perdón alguno.
¡Dura realidad, pero así es. Esa es la Verdad!.
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