¡NECESITA SER
RESTAURADA!
Antes y
ahora hubo malos políticos como hay malos profesores, comerciantes, abogados y
tantos malísimos profesionales. Sin embargo, de un tiempo a hoy, la imagen de
los dirigentes políticos, de este o aquel signo partidario, fue en larga
medida, la más desfavorable.
Nuestro
inacabable tránsito hacia la democracia tropieza con grandes escollos como la
demagogia, carencia de dirigentes idóneos, decadencia social y galopante
corrupción. Tras larga dictadura, la lucha parece seguir en pie, entre los
nostálgicos defensores de antiguos privilegios, y los nuevos defensores de la
democracia sin experiencia - entre
quienes, los reciclados no faltan - hijos de aquellos que defienden sus
intereses con dientes largos y afilados.
Además, al
decir de Secundino Núñez – cfr. Sociedad y Política, p. 125 – la insensatez y ridículas gestiones del
Supremo Magistrado (y demás poderes del estado, agrego), no son sino, es espejo vivo en que se
muestran el infantilismo y chatura de gran número de nuestros políticos. De
otra manera no se explica esta miserable situación en que yacemos”.
El
fenómeno del desprestigio de la clase política parece afirmar con sus conductas
que solo buscan “tener poder para tener más”; que la mayor ansiedad es amasar
fortuna personal a cualquier costo y que las necesidades de salud, educación y
seguridad de sus compatriotas son totalmente secundarias.
Los
políticos son gente común y corriente que no entienden o no quieren entender lo
que en campaña electoral se comprometen una y otra vez, desempeñar una función
calificada, exigente, necesaria, delicada y útil para la sociedad. Nadie los ha
obligado a postularse a este o aquel cargo.
El
político, además de honesto, ha de saber elegir a sus asesores y no dejarse
manipular por su entorno, generalmente, bufones. No es necesario que sean
genios, como tampoco es necesario que sean líderes mesiánicos. Basta que hagan
simplemente lo que deben y prometieron hacer.
Tienen
que ser lo suficientemente creíbles y confiables para obtener la adhesión de la
mayoría. Tienen que evitar esclavizarse por las encuestas de opinión y no “derretirse
por los comentarios acaramelados de los farsantes que siempre merodean la
“presa”. Es decir, han de superar la fácil tentación de contagiarse con el
“síndrome de Nerón”, un pobre imbécil
con aire de grandeza por su enfermiza adicción a la groteca adulonería.
En fin,
deseable es que nuestros políticos recuperen la serena reflexión, la honestidad,
el respeto a sí mismo y a los demás, pues muchos actúan como si fueran gerentes
generales del universo, creyendo estar en la cresta de las olas, no advierten
que apenas son sucias espumas en la vera del mar.
La
sociedad debe exigirle y a la vez, respaldarlo, darle poder, pero controlarlo.
Debe trabajar con sus compatriotas, para hacerse mutuamente dignos. Ya no más
políticos ladrones, asesinos, narcos, adúlteros sodomíticos-gorrominos. Afortunadamente,
el género humano vive y sobrevive gracias al amor y entrega de unos pocos
buenos políticos, decía una antigua sentencia romana.
Y nosotros - con Secundino Núñez decimos - por encima de nuestras
escuálidas y hasta caducas esperanzas, tenemos que enarbolar una fuerte
esperanza en las riquezas soterrada que el pueblo paraguayo lleva dentro de sí.
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