Apuestan por el culto a la imagen como
camino hacia el éxito y la felicidad, dice Irene Orce en su Blog de coaching y
desarrollo personal. Y agrega: “De ahí que necesiten alardear de sus cualidades
y presumir de sus triunfos. Sin embargo, quienes viven demasiado
pendientes de dejar claro el propio mérito en todo lo que hacen suelen pagar un
precio muy alto. Se convierten en esclavos de su propio disfraz”.
El perfil ético del buen profesional no es fácil
ejercitarlo con prudencia, veracidad y fidelidad. Obstáculos y resistencias aparecerán,
incluso desde los más próximos – lugar de trabajo, hogar, organizaciones
sociales - , a causa de la incansable e insidiosa presencia del mal, aquí y
allá, ahora y después.
Así las cosas, es necesario incorporar
al ethos fortaleza profesional, magnanimidad y magnificencia. ¿De dónde obtendremos
tales virtudes? Respuesta: En el interior o conciencia de cada uno.
El profesional honesto y sobre todo cristiano, debe ser consciente que no será
pagado con aplauso mundano, porque no es aquí donde espera el premio y el honor
definitivo.
La Fortaleza Profesional
requiere entender que obrar con rectitud no es cosa de inútiles y resignados,
porque obrar con decencia y contra corriente, sinónimo de noble valentía. El humilde
es magnánimo y éste, no pone su firma en sus propias obras, sino que hace de
ellas una proclamación de quien recibió dones y carismas. Nadie tiene algo que antes no
haya recibido de Dios. A propósito, me viene a la memoria lo dicho por el
cineasta español Luis Buñuel (1900-1983: “Soy ateo gracias a Dios”
Magnanimidad no es hacer cosas peligrosas
y temerarias, es la virtud moral de hacer grandes cosas, como conquistar una
meta profesional elevada, progreso de la investigación científica al servicio
del bien común, luchar por la civilización de nuestro pueblo, realización de obras
sociales, etc. (cfr. Miguel A. Pelaez Ética,
Profesión y Virtud p, 100).
De donde se desprende que “el magnánimo
dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena por eso es capaz de
entregarse él mismo” (Homilía de Escrivá de Balaguer). Hay virtudes conexas con la magnanimidad como
la magnificencia, que no se pueden ejercitar sin bienes materiales (dinero por
eje.)
La magnificencia no es pomposidad - es, sí - la virtud de hacer magníficamente
las cosas, porque aun gastando poco se puede ser “magnífico” (113). Si así
obramos, aquel famoso dicho por Hebert Marshall Mc Luhan – sociólogo canadiense
1911-1980: “Una imagen vale más que mil palabras”, será sólo un complemento
de quien sufre la enfermedad del “pavo real”
Y si de profesor se
trata el “profesional” que sea no sólo académicamente competente, sino además y
sobre todo Integro. Porque hoy, mucho de
lo que pasa por sabiduría – dice Carlos Díaz - no es sino pedantería academicista, ese tipo de ignorancia que distingue
al universitario medio (o medio universitario).
El verdadero maestro aupa al alumno para que éste vea un
horizonte mejor.
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