“Tener una familia perfecta...¡No existe!
No existe familia perfecta. Todos discutimos y peleamos…con o sin razón. Muchas veces dejamos de hablarnos, en el menor de los casos, si no golpeamos o matamos. Pero, la familia es la familia…“ha jaha hese hina”, decimos en nuestro simpático idioma guaraní.
De lo dicho resalta que hay aspectos que debemos mejorar. Sí aceptamos que no somos lo que queremos ser, caeríamos en la cuenta que lo mejor está en asumir debilidades y luchar juntos por superarlas, porque, somos perfectibles.
¿No es sublime que una mamá acuna a su hijo y sale a buscar el pan diario? ¿Qué puede superar la devoción de papá y mamá por un hijo con limitaciones físicas? ¿Qué mayor dedicación hay en la familia, donde los hijos, a pesar de la pobreza, se sienten protegidos?
Afirma Ana Virginia Berrido de Pérez: “Mi madre, la madre que supo acunar en su vientre a 9 hijos, era una mujer trabajadora, dura, disciplinada y amorosa. Era la que imponía el orden. Juntos se complementaban maravillosamente.
Hoy, sus hijos y nietos hemos construido
nuestro presente, futuro entonces, con nuestros dramas, amores, desamores,
duelos y lazos fraternos; pero, y es lo más importante, hemos sabido
mantenernos unidos a pesar de los pesares”.
“No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos
casamos con una persona perfecta ni tenemos hijos perfectos. Tenemos quejas de
los demás. Decepcionamos unos a otros.
Por
eso, no hay matrimonio sano ni familia sana sin el ejercicio del perdón. El
perdón es vital para nuestra salud emocional y la supervivencia espiritual Sin
perdón la familia se convierte en una arena de conflictos y un reducto de
penas.
Sin perdón la familia se enferma. El perdón es la asepsia del alma, la limpieza de la mente y la libertad del corazón.
Quién
no perdona no tiene paz en el alma ni comunión con Dios. La pena es un veneno
que intoxica y mata. Guardar el dolor en el corazón es un gesto
autodestructivo. Es autofagia. El que no perdona se enferma física, emocional y
espiritualmente.
Y
por eso la familia necesita ser lugar de vida y no de muerte, territorio de
cura y no de enfermedad; escenario de perdón y no la culpa. El perdón trae
alegría donde la pena produjo tristeza; en la que el dolor causó la enfermedad.
(Papa
Francisco).
Al punto, Teresa de Calcuta escribe:
"Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo...en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado".
A pesar de todo: “Dios está incansablemente buscándonos y recorriendo aquel camino que de Él nos separa. “Cuando Jesús habla del pastor que va tras la oveja descarriada, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras”.
Finalmente, “Qué honor es el que Dios nos llame Sus hijos, y nos dé la seguridad de que como sus hijos somos herederos y coherederos con Cristo” (Rm 8:17), a pesar de todo…
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