Es por la mayoría aceptada -al menos en teoría- la virtud de ser transparente, es decir, que una persona no esconda nada, ni siquiera sus debilidades. Esto demanda elevada autoestima y claridad mental.
La persona transparente es sincera, responsable, asume las consecuencias de sus actos, no miente ni tiene secretos. Las personas transparentes se muestran tal cual son, no esconden ni maquillan sus defectos y debilidades.
La gente íntegra y transparente, hace lo correcto; lo que considera bueno para todos, no afecta intereses de otros. Pero si se equivoca, asume su error, no culpa a terceros. Es un ser íntegro, en quien confiar.
La sociedad sufre grave mal en la convivencia humana; y ésta, con la naturaleza (daña el medio ambiente..) por carecer de valores: Educación, honradez, patriotismo, respeto, solidaridad, paz…
Pero el problema central radica en que, cuando se hace lo que debe hacerse (si es que se hace), no se hace, efectivamente. Y cuando no se hace bien…se hace: ¡vaí vai...ñande estílope!
Nuestra apocada fauna política, no es precisamente, modelo de conducta transparente e íntegra.
“Cuando uno ve a los líderes de los partidos, pavonearse rodeados de sus “cortesanos”, esos que añoran las migajas que el líder reparte (…) adulan y ocultan la verdad de los errores que cometen.
"Se identifica como síndrome del poder. Lo más inteligente para un político de ética democrática es identificar los árboles que no le permiten ver el bosque (la realidad) y despedirlos: a él le irá mejor y a los ciudadanos, también”, afirma Jesús Parra Montero, Profesor de filosofía.
Rescatemos la ética dejando atrás intereses personales: prepotencia, vanidad, el no respeto al otro, el plata potá…sin que nos importe mostrarnos tal cual somos, pateando vicios que nos nivela a los simios con pantalones.... ¡disculpen señores monos!
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