“LUEGO… EXISTO”
El homo sapiens de hoy (más homo que sapiens), parece estar atormentado por la angurria de “poseer cosas” a como dé lugar, es decir, sin frenos ni barreras. Es que, todo lo que el hombre desea le es posible y además, ¿no tiene el sagrado derecho de ser feliz?)
Entonces, el deseo seductor y hedonista toma las riendas para competir en la loca carrera del tener más, regalando al cuerpito todos los placeres sensibles. Así, el cuerpo, con su carretillada de exigencias se convierte en verdadero tirano… objeto de culto.
Se cuida la figura, el
peso, el mantenimiento físico con chequeos, masajes, sauna, zumba, footing,
etc. Aun así, es insuficiente, entonces, la carrocería se “tunea”…y luego seguirá
la liposucción.
Ejemplo: “Ahí lo tenemos al venerado difunto Michael Jackson uno de los
más famosos travestidos, cautivo de sus preferencias eróticas, la moda, el ritmo,
las formas que lo convirtió en un ser mutante biológico. ¿Qué fue del encanto
desfigurado, frustrado y frankensteniano Michael Jackson?
Pidió rehacer su cara, desrizar
el pelo, aclarar la piel, se hizo reconstruir minuciosamente hasta convertirse
en un famoso niño-prótesis (…) ¿Acaso este famoso artista no es el ejemplo de
la desdicha y el fracaso terrenal?, y ¡cuántas personas quieren ser como él, a
pesar de su desdicha!” (cfr. Dr. Antonio Cruz -El hombre posmoderno p. 80)
La dictadura del “ahora así es la moda” crea un nuevo estilo de vida: Se transforma la casa, se cambia la tele, el coche, el modo de pensar…y también, se cambia de pareja. Todo es relativo. Solo importa seguir a su majestad el esnobismo, así sea malo y grotesco.
Todo es efímero, móvil
e inestable. Crece la inconsistencia y la frivolidad (...) La cultura
moderna se convierte así en una cultura de la “intranscendencia”, que ata a la
persona al “aquí y al ahora” haciéndole vivir sólo para lo inmediato, sin importar
lo verdaderamente importante: el misterio de la transcendencia, es decir, la dimensión
espiritual.
Decir moda es institucionalizar el
consumo, proliferación de nuevos modelos, creación a gran escala de necesidades
artificiales, haciéndose rehén de la apariencia. El gusto por lo nuevo y
diferente pesa más que lo verdadero y bueno. Las conciencias se mueven bajo el
imperio de lo superficial y caduco. (cfr. G. Lipotvetsky en “El
imperio de lo efímero”)
Las ciudades no son sólo jungla de asfalto y de piedras – dice Antonio Cruz- también son selvas burocráticas en la que la rivalidad de todos contra todos deviene del modo de vida habitual, pues habitamos una sociedad donde pareciera que, todos somos “sospechosos de todo”.
De esta manera, las relaciones humanas
se transforman en relaciones de posesión y dominio. El chantaje se usa como
moneda de cambio. Lo importante es conseguir ventajas, aplausos o al menos,
admiración o envidia de los demás. El espíritu solidario y fraterno sigue
durmiendo su larga siesta.
Este mundo de desencanto, empuja al
terrícola a correr a toda velocidad a la dictadura de la moda, a la competencia
por poseer, sin advertir –en muchas casos- que en realidad el poseedor es poseído
por sus cosas, y éstas, tienen más valor que el humano-hermano…
A propósito, un conocido poema atribuido
a Sogyal Rimpoché (1947) escritor y maestro del budismo autor del
"Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte", dice así:
“Construimos casas cada vez más
grandes…y familias más pequeñas. Gastamos
más…y tenemos menos. Compramos más…pero lo disfrutamos menos. Habitamos
en edificios más altos…pero con vidas poco profundas. Vamos por autopistas más
amplias…con mentes cada vez más estrechas.
Tenemos más comodidades…y vivimos más incómodos. Hay más conocimiento…y menos sensatez. Más expertos…y menos soluciones. Más medicinas…y menos salud. Son tiempos de comida rápida y de digestión lenta. De casas fantásticas, con hogares rotos. De enfadarnos pronto y perdonar lentamente. De salir muy temprano y llegar siempre tarde.
Levantamos las banderas de la igualdad, pero sostenemos los prejuicios. Tenemos la agenda llena de teléfonos a los que nunca llamamos. Estantes repletos de libros que jamás leemos. Nos gastamos la vida, pero no sabemos cómo vivirla. Poseemos cada vez más cosas, y desperdiciamos casi todas”.
Este lapidario poema cruelmente refleja
la sociedad en la que nos hemos convertido, cada vez más materialista, cada vez
menos humanos y más cercanos a máquinas, y con Rimpoche decimos: no sabemos
vivir la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario