¿SEGUNDA PIEL DEL IMBÉCIL?
El ruido parece ser irremediablemente una “segunda piel” en la sociedad de masa posmoderna. El ruido (música estridente y de feo gusto hoy) está provocando una profunda metamorfosis en el interior del terrícola actual como en el espacio público.
Según la Organización Mundial de la
Salud, el nivel de tolerancia auditiva es de 50 decibelios (dB); la presión
acústica se vuelve dañina al alcanzar los 75 dB y, dolorosa, cuando rebasa los
110 dB.
Luego, es caso de salud pública, pero las
autoridades se desentienden de la contaminación auditiva, en el delito de la
producción de ruido, en cualquier día, hora y lugar. Un comisario me había
comentado hoy que – en no pocos casos- cuando interviene y demora al “delincuente
polucional”, enseguida este telefonea a su padrino político y “la intervención,
al instante, oparei”. (Este tipo de episodios no es secreto para nadie).
Pero, las autoridades se desentienden de
la contaminación auditiva.
Así, cuando un pokare-tavy-mbarete atenta contra la tranquilidad de los demás, con
molestoso ruido, es violencia, un atropello al otro. Cabe recordar que no pocos
caraduras quisieran justificar este delito diciendo que “estoy en mi casa y
puedo hacer lo que me viene en gana”, Mayor ignorancia anguiru...¡imposible!
Dice
Juan Goytisolo: “Informes médicos revelan que, un oído que ha estado expuesto durante
dos horas a una presión auditiva mayor a 100 decibeles – caso de una discoteca
-requiere de 16 horas de reposo para recuperar la capacidad de audición normal.
Un
oído, permanentemente expuesto a este nivel de decibeles, provoca daños
irreversibles en las células internas, conocidos como Síndrome de Hipoacustia Neurosensitiva.
Además de este síndrome, considerado ya como un problema de salud pública, el ruido
genera graves alteraciones en la transmisión electromagnética de las células
cerebrales”.
Luego de estas explicaciones médicas, se
entiende por qué tantos matoniles taraditos pululan por nuestra decadente sociedad
“progresista”. Para esta fauna infantiloide, experimentar ruido supone una
experiencia irrefrenable de “goce”. Entonces, el ruido-zumbido-sonido es una droga
cualquiera, una adicción.
Los entendidos afirman que el ruido puede
considerarse como un mecanismo de defensa para no escuchar, la propia
interioridad, y evitar un encontronazo con nuestro verdadero “yo”, pues
podríamos sentir terror de nosotros mismos...de donde se sigue que el
especialista en escuchar ruido, huye de sí mismos ¿Si uno huye de sí mismo, qué es?
En la escuela nos enseñaban que música es
el arte de organizar una combinación de melodía, armonía y ritmo. Es decir, es el arte de combinar
agradablemente los elementos citados. Pero hoy, como sinónimo de música, oímos Ruido.
Ruido
se define como
sonido confuso que causa sensación auditiva
desagradable. El ruido es una molestia o una señal mala que se produce en un
sistema de telecomunicación que perjudica e impide que la información llegue claramente.
Una muestra de grotesca como faraónica imbecilidad
es molestar con prepotencia el no respeto hacia el bien común, como es la sagrada
tranquilidad de las personas, con el vehículo al máximo volumen por las calles,
además de constituir un delito. Y quien comete
delito es un delincuente.
Por otra parte, las personas cuerdas deseamos
un lugar tranquilo (restaurante, plazas, fiestas, etc,) donde podamos disfrutar
de buena música suave, al tiempo de charlar con los amigos, sin tener que
sufrir ronqueras de tanto gritar durante la conversación. ¿Por qué se emperran
en poner al máximo volumen sus ruidos? Porque ñande tavy con devoción voi.
Curiosamente, en este torrente de
palabrería de políticos en campaña proselitista, de este o aquel partido, no hablan
de combatir uno de los más simples delitos al uso: la polución sonora…pero
abren la boca como hipopótamos para prometernos educación, salud, seguridad y democracia,
mientras más nos hunden en la desgracia.
Es urgente introducir en la agenda
pública los problemas de convivencia y calidad de vida de los ciudadanos: control
de la contaminación auditiva y necesidad de hacer cumplir la ley. La patria
postrada y enferma de tanta chatura cívica, reclama de sus políticos… y de la
población en general, salir del karugua en el cual estamos chapoteando.
Con que un “prometedor de felicidad” (político)
al menos, incluya en su discurso no apañar al delincuente polucional, se
habrá ganado medio metro de patriotismo y el Paraguay decente-sufriente le quedará
eternamente agradecido.
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