¿VALOR EN PELIGRO DE EXTINCIÓN?
En la vida hay disciplinas que necesitan ser estudiadas, requieren gran esfuerzo intelectual y voluntad para asimilarlas y aprender, como son las ciencias exactas y el manejo de maquinarias y herramientas sofisticadas, entre otros saberes.
Sin embargo, para sonreír, saludar o
ceder el asiento a un anciano en el colectivo, no requiere de profundos
conocimientos académicos. La amabilidad está al alcance de todos. Solo es
necesario querer ser amable. Amabilidad no es sinónimo de debilidad.
En palabras sencillas, amabilidad quiere decir respetar y aceptar a las personas
como son y alegrarse con sus logros. Es pasar la mano a quien necesite ayuda.
La persona amable trata de ser educada, respetuosa, agradecida, honrada, buena
y servicial, porque es madura, de espíritu solidario.
Tampoco necesitamos haber ido a la
escuela para saber que si somos amables, seremos estimados por “todo el mundo”.
¿No es eso lo todos queremos? ¿Quién no ha sentido alguna vez la satisfacción
muy íntima cuando fue amable con alguien?
La vida es obligación de convivir,
(vivir-con) relacionarse, con los otros, porque formamos sociedad. Aunque, verdad
es que para no pocos, el otro es molestia, un infierno. (Jean P. Sartre) Pregunto:
¿Cómo me sentiría, de ser yo…el infierno para los demás?
Y me podrán retrucar diciendo: ¡Es que,
hay personas tóxicas, imposible de soportar! Y, de nuevo pregunto: Si yo fuera
esa persona tóxica, ¿no querría que me soportaran? La
verdad es que, preferiría mil veces que el otro fuera amable conmigo!
En lo profundo de mi interior,
reconociendo que no soy mejor de aquella persona a quien critico, me gustaría
que el otro se esforzara, que tenga paciencia con mis humanas debilidades y que
“me comprendiera”. ¿No es eso lo que debo hacer con los demás?
Si no soy amable, me costará mucho
trabajo demostrar amabilidad: sabemos que la virtud es hábito, y el hábito se
consigue por repetición de actos. Si tomo algunas veces una copa de vino, no
seré un borracho. Pero si empino el codo todos los días…durante mucho
tiempo…seguro me convertiré en un alcohólico.
Del mismo modo, si tomo conciencia de la
necesidad de ser amable con los demás, y procuro hacerlo con frecuencia, esto será una costumbre, ya no me
costará trabajo alguno, lo haré con gusto y mi recompensa será profunda
satisfacción y gozo interior impagable.
Quienes nos rodean se sentirán influidos
por la amabilidad y recurrirán a nosotros espontáneamente. ¡Ya no recordarán
que también alguna vez….fuimos gente tóxica! Solo hace falta constancia para no
cansarnos en la dura batalla de vencernos a nosotros mismos, primero, para
hacer el bien al otro. Esta actitud será recompensada por Ñandejara.
Alguien dijo: “Una sonrisa cuesta muy
poco, pero vale mucho. Una sonrisa enriquece al que la recibe y al que la da.
Una sonrisa dura poco, pero su recuerdo puede durar toda una vida. No hay nadie
tan rico que no la necesite ni tan pobre que no la pueda dar”
Un antiguo cuento griego: “Una noche un
ciego iba con una lámpara encendida por una calle sin luz. Se encuentra con un amigo
que le dice: ¿Para qué llevas esa lámpara encendida si eres ciego?
No llevo la lámpara para ver yo. Llevo
para que los demás vean, y no tropiecen conmigo. Y es que ayudando a los demás
nos ayudamos a nosotros mismos. No olvidemos que todos tenemos defectos que
molestan, y debemos tener paciencia cuando los demás nos molestan con los
suyos.
Quiero culminar esta reflexión haciéndome
un propósito: Voy a practicar la amabilidad visitando al compañero enfermo, o
con algún problema. Trataré todo lo posible de decir palabras hiriente con mi
cónyuge, compañero de trabajo o vecinos. Intentar disimular lo que del otro me
molesta (gesto, modo de hablar, etc.), sabiendo que no será fácil.
Así podré esperar que se cumpla en mí la
“ley de la reciprocidad” o la Regla de Oro: “No hagas a otros lo que no quieres
que hagan contigo”. O en su versión positiva: “Hacer con el otro lo que quiero
que hagan conmigo” (Mateo 7:12).
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