¡¡LA VIDA ES AQUÍ Y AHORA!
No hay dudas… muchos creen que la vida está aquí y esta idea, la defienden a rabiar. Basta observar - aun sin proponernos - la fiebre de construcciones aquí y allá, que en nombre del progreso, parece ser una desaforada “competencia” en desenfrenada carrera.
La madre tierra es la grandiosa tarima y
escenario del teatro mundial de los terrícolas. Guerras, crímenes, fracasos, corrupción
y política, castigos, éxitos, moda, farándula,
fútbol y demás vyroreí (desde Adán y hasta el fin del mundo), ocurre en
la pacha mama.
Quienes fuimos a la catequesis aprendimos
que hemos «Vivir siempre como quien ha de morir», porque lo cierto es que todos
moriremos, mal que nos pese o disguste.
En un artículo anterior ya había hecho
mención a Heidegger, a quien se atribuye haber dicho: “El hecho de que el hombre nada
más nacer, es lo suficientemente viejo para morir”. Todos sabemos,
aunque lo neguemos, más tarde o más temprano, llegará nuestra fecha de
“vencimiento”.
No se objeta que la gente haga lo que
quiera con su vida, tiempo, antojo y dinero. Si se hizo mención al modo, muchas
veces irracional de gastar… es para pensar nomás, que aquellos piensan vivir per saecula saeculórum. Repito, solo es descripción de un hecho y no un
juicio de valor.
Nadie sabe cómo, cuándo, dónde llegará
ese día, pero si no arreglamos nuestro “cartón” en este valle de lágrimas,
antes nos lleva la parca, ya nada se podrá rectificar después. Por eso, estar
alerta para “esa hora”, no solo es importante, sino absolutamente importante.
Entonces, la muerte será igual a: vida mala, muerte mala. Vida buena, muerte
buena.
Al punto, dice Jorge Loring: “Aunque a
veces se dan conversiones a última hora, éstas son pocas; y no siempre ofrecen
garantías. Lo normal es que cada cual muera conforme ha vivido.
Aunque es posible que a última hora Dios
ilumine al alma en orden a su salvación eterna, quien se apoyara en esta esperanza
«para seguir pecando tranquilamente, cometería una temeridad indecible y se
expondría, casi con toda seguridad, a la condenación eterna»
En la puerta de entrada al cementerio de
El Puerto de Santa María se lee: Hodie mihi, cras tibi que significa:
«Hoy me ha tocado a mí, mañana te tocará a ti». Esto es evidente.
Es impresionante la muerte de Voltaire (Francisco Mª Arouet). Murió
la noche del 30 al 31 de mayo de 1778, a los ochenta y cuatro años de edad. Fue
un hombre impío y blasfemo.
Vinculado a la masonería, tenía por
lema: Destruid a la Infame, es decir, a la Iglesia. Dijo: “Jesucristo necesitó doce apóstoles para
propagar el cristianismo. Yo voy a demostrar que basta uno sólo para
destruirlo”. Pero se fue a la tumba sin conseguirlo.
En la hora de la muerte pidió un
sacerdote, pero sus amigos se lo impidieron. Murió con horribles
manifestaciones de desesperación, bebiéndose sus propios excrementos, como
cuenta la marquesa de Villete, en
cuya casa murió. Es frecuente que ateos y anticlericales pidan un sacerdote en
la hora de la muerte.
Manuel Azaña, que siendo Presidente de la República Española, tanto persiguió a
la Iglesia, antes de morir, se confesó con el obispo de Montauban, en Francia,
Mons. Theas, quien afirmó que
confesó y dio la extremaunción, recibió con plena lucidez, en el Hotel du Midi, de Montauban,
donde murió diciendo: «Dios mío, misericordia».
François Mitterrant, Presidente de Francia, encarnizado anticlerical, agnóstico puro y
duro, quiso morir con los sacramentos de la Iglesia. También Picaso, que vivió tantos años alejado de la
Iglesia, quiso morir en el seno de la Iglesia Católica. Así lo afirma su
biógrafo Juan Maldonado en su obra Picaso, único.
«Con la muerte termina para el hombre el
estado de viajero, y se llega al término que permanecerá inmutable por toda la
eternidad.» Más allá de la muerte no hay posibilidad de cambiar el destino que el
hombre mereció al morir. Después de la muerte nadie puede merecer o desmerecer
(…)
El hombre materialista es vencido por la
muerte. Sólo Dios da vida eterna. Fe y fidelidad a Dios es el supremo modo de
vivir en esta vida, y de esperar con ilusión la eternidad. A la muerte sigue
inmediatamente el juicio particular. Dice la Biblia: «Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después haya un
juicio» (Hebreos: 9:27)
Hay personas que se acomodan en esta
vida como si ésta fuera para siempre y definitiva.
Esto es una equivocación. Debemos vivir
en esta vida orientados a la otra, a la eterna, que es realmente la definitiva.
Dice San Juan: «Los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida;
y los que hayan hecho el mal, para la condenación» La retribución inmediata
después de la muerte se deduce de las palabras de Cristo al ladrón Dimas: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».
Y esto ocurrirá, sin depender de mi
gusto o creencia. Y nadie tiene el poder, dinero ni autoridad para alargar ni
tan siquiera un minuto su hora marcada.
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