¡Pero…enseñamos
lo que somos!
Oímos decir: “No quiero leer ni ver noticias que duelen, irritan, intranquilizan, asustan y quita el sueño”. Aquí y allá, por izquierda y por derecha...por donde se mire, vemos asaltos, robos, crímenes…el conflicto y peligro está ahí.
Mientras asumimos nuestros propios deberes -de por sí ya difíciles- nos damos cuenta de que mucho de nuestro tiempo gastamos solucionando líos. Los padres peleando con sus hijos. Los profesores con los alumnos…
El gerente con los empleados, entre colegas de trabajo, vecinos tratando de
reducir tensiones. Incluso, parejas que se aman, viven en constantes
discusiones.
Y para no variar -en estos días próximos a las elecciones municipales-,
candidatos de un mismo color, se “escupen” perlas…y nada digamos de los del
otro bando. ¿Por qué es tan difícil convivir, y por qué el conflicto surge con
tanta facilidad?
La respuesta es simple: ¡no nos queremos! por decir lo menos.
Es que “agredir” está en nuestra naturaleza, en cambio la sana convivencia
humana no funciona con “piloto automático”…hay que edificarla entre
todos.
El punto es que somos diferentes y tenemos intereses diferentes y la
solidaridad, salvo excepciones, es solo una expresión romántica. Y sabido es
que todo interés -que no sea altruista,- tiene base egoísta (yo, yo, solo
yo - chente ko-chente se).
Si vivimos juntos es, ante todo, por conveniencia, porque nos necesitamos.
Pero la forma de actuar debe ser enseñada y debe ser aprendida. Es decir,
debemos ser modelo de conducta cívica, capaz de apostar algo en aras del bien
común.
El bien común, para mucha gente con títulos académicos y
económicamente satisfechos, nada significa, por escasísimo apego al bien, a la
honestidad y a la verdad, es decir, son faltos de ética (Hetáiterei oī
la pokarê).
“¿Qué hace bueno el diagnóstico de un médico, qué hace buena la decisión de
un árbitro o la sentencia de un juez?, se pregunta y nos pregunta el filósofo y
escritor José Ramón Ayllón. Y él mismo responde: “Solo esto: la verdad”.
Hay cosas que dependen por entero de uno: la sinceridad, dignidad,
resistencia al dolor, el rechazo de innecesarios placeres, aceptación del
destino, la benevolencia, libertad, sencillez, seriedad, magnanimidad...
¿Es que estamos obligados a murmurar, a ser avaros, a adular, a culpar a tu
cuerpo, a darle gusto, a ser frívolo (vyrorei) y a someter a
nuestra alma a tanta agitación inútil, porque estamos defectuosamente
constituidos?
“Estamos obligados a elegir, pero no a acertar. Por eso es que
necesitamos una brújula que nos guie en el agitado y confuso mar de la vida.
Eso es la Ética”, dice Ayllón.
Necesitamos ser modelos de conducta y patriotismo para niños y jóvenes: Porque, “explicamos lo que sabemos”, pero… ¡“Enseñamos lo que somos!
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