Los hijos
han de aprender -en casa- a diferenciar lo bueno de
lo malo. Corresponde a papá y a mamá, ayudarlos a desarrollar una conciencia
moral. Tampoco deben permitir que los hijos estén inconscientes o ignorantes de
los grandes sucesos sociales.
Así los hijos
llegarán a tener una conciencia bien entrenada, desde pequeños, para que puedan
diferenciar las cosas que están bien o mal, las cosas de las que tienen que
hablar o callar. Estos valores no se aprenden fuera de casa, ni la escuela ni
en los cuarteles.
Esto les hará
poner en práctica, las otras virtudes y valores humanos que hayan aprendido y
comprenderán mejor a sus amigos, familiares y a la sociedad.
La familia es la
primera escuela de la vida, y es en la misma que los padres intentan transmitir
a sus hijos, a través de un ambiente de amor, los valores que creen forman a
una persona buena, íntegra, coherente y capaz de estar en sociedad.
Con razón dice
María Lourdes Majdalani, máster en Educación: “Para que el niño desarrolle
valores debemos lograr que conozca, ame y haga el bien.
Sabido es que los hijos son reflejo de los padres, aprenden de nosotros, como espejos de nuestras actitudes, es decir, nuestra
forma de ser: respetuosos, honestos o patoteros, prepotentes, delincuentes.
En un hogar familiar de valores, aprendemos la
virtud de la justicia, que no es solamente exigir, reivindicar y condenar, sino
además es, respetar y reconocer lo que es propio del otro.
En un hogar familiar de generosidad se
aprende a compartir, la conducta de papá y mamá queda grabado en la retinas. Si
los hijos no ven ejemplos de generosidad sincera, es poco probable que ellos
sean generosos por propia iniciativa.
Hay chicos que
comparten lo material y también, regalan sus experiencias gratificantes, sus
conocimientos, su tiempo, sus conversaciones, juegos, etc., es decir, se donan
en la acción por el otro. No son tacaños. ¿Dónde aprendieron estos valores?...¡EN CASA!
¡Pero no vivamos en
las nubes tocando la lira, haciendo pipi angelical! Ningún
papá es perfecto. Nadie lo es. Los hijos, sí, necesitan papás fuertes,
trabajadores, honrados, pero también humanos…que se equivocan, que pidan
perdón…que tienen días malos.
Es posible que
un día el papá diga "hoy no puedo, pero mañana sí". Y al día
siguiente cumple su promesa, porque si
no... se convierte en mentiroso, alguien no confiable. Al hijo le basta saber que
papá "Me quiere, me cuida, que está conmigo siempre".
Pero cuidado, hoy las
palabras perdieron su real sentido. La amistad, dijo Cicerón, “no puede existir más
que entre personas de bien… los que viven de tal manera que se aprueba su
fidelidad, su integridad, su ecuanimidad; que no se ve en ellos ninguna ambición,
ni capricho, ni audacia”.
Dice el DRAE: Amistad…afecto
desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el
trato”, pero hay algo más, que tiene que tender al bien, a la
honestidad. La amistad verdadera no puede incluir tapar delitos y pillerías de otros.
Por eso, la amistad que tiende al mal, se llama complicidad con la delincuencia..
Luego: Papás educados… ¡Hijos sublimes!
Luego: Papás educados… ¡Hijos sublimes!
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