A mi juicio, este relato también es oportuno
para nuestro tiempo “mega progre”.
La Biblia narra esta historia, donde se desarrolla
un combo de pecados en un corto periodo de tiempo: mentira, hipocresía, adulterio
y asesinato.
El rey David había cometido adulterio;
para mantenerlo escondido había hecho morir en la guerra al marido de la mujer,
para quedarse con ella. Parecía, incluso, un acto de generosidad por parte de
David, ante el soldado muerto combatiendo a favor del rey.
Le visitó entonces el profeta Natán,
enviado por Dios, y le contó una historia: Había en la ciudad - dijo – un
hombre riquísimo que tenía rebaños de ovejas y había también un pobre que tenía
sólo una oveja, que él quería mucho, de la
cual conseguía su sustento y que dormía con él….
Llegó a casa del rico un huésped y él,
para no perder ninguna de sus ovejas, tomó la del pobre y la mató para preparar
la mesa a su invitado. Al oír esta historia se desató la ira de David contra
aquel hombre y dijo: ¡El que ha hecho esto es reo de muerte!
Entonces Natán, dijo a David: ¡Tú eres
ese hombre! (2ª Sam 12, 7).
Reflexión: Por eso, nosotros quienes nos
erigimos en jueces, no tenemos disculpa. Al dar sentencia contra el otro nos
estamos condenando, porque no somos, jueces, ¿Cuántas veces hemos juzgado y
condenado?
Si seguimos duros, de corazón impenitente, almacenamos castigos en el día del juicio, cuando se revele el justo
juicio de Dios (Rom 2, 4-5). Es necesario «desplomarse» y decir como David. «Pequé...perdóname Señor.»
Hay una idolatría fuerte y saludable en el mundo. Si la idolatría es «poner a la criatura en el lugar del Creador», yo soy un idólatra cuando pongo a la criatura -mi criatura, las obras de mis manos - en lugar del Creador.
Hay una idolatría fuerte y saludable en el mundo. Si la idolatría es «poner a la criatura en el lugar del Creador», yo soy un idólatra cuando pongo a la criatura -mi criatura, las obras de mis manos - en lugar del Creador.
Mi criatura puede ser la casa. La
iglesia al cual pertenezco. La familia que estoy formando, el hijo que he
traído al mundo «¡cuántas madres, también las cristianas, sin darse cuenta,
hacen de su hijo, especialmente si es único, su dios!»; puede ser el trabajo
que hago, la escuela, universidad, empresa que dirijo, el libro que escribo…(cf. La vida en el Señorío de Jesus..R. Cantalamessa p. 55).
Además, está el principal ídolo que es
mi mismo «yo». En el fondo de toda idolatría, está, la autolatría, que no es
sino, el culto a sí mismo, el amor propio, el ponerse a sí mismo en el centro y
en el primer lugar del universo, sacrificando todo lo demás al «yo»
El pecado que San Pablo denunciaba en su
tiempo y que sirve también para hoy es este: «buscar una justicia propia, una
gloria propia y buscarla incluso mediante la observancia de la ley de Dios»
Si estamos ahora, prisioneros desde la cárcel
de nuestro «YO», en las cuevas del pecado; elevemos entonces nuestro grito de perdón y tomémonos fuertemente
de la cruz de Cristo para morir y resucitar con El y en El, como nuevo hombre.
Dios nos ama y por eso, nos mantenemos serenos y le decimos confiados: «Porque no dejarás mi alma en el infierno, ni
dejarás que tu amigo se haga polvo. Me mostrarás la senda de la vida, el gozo
grande que es mirar tu rostro, delicias para siempre a tu derecha» (Salmo 16, 10-11).
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