Afirman: El cristianismo no es
gnosticismo (doctrina esotérica y herética del conocimiento); no predica la
salvación por el exclusivo conocimiento intuitivo y misterioso de las cosas
divinas. Ello sería barbarizar la
razón. El cristianismo es “un estilo de vida”.
San Agustín nos recuerda: “No
se entra a la verdad, sino por el amor”. Amor que se traduce en
magnanimidad, humildad, entrega y gran dosis de coraje para pensar la verdad,
decir la verdad y hacer lo justo. Es
llamado a hacer el bien y evitar el mal.
Así las cosas, el
cristianismo, no es para temerosos de la impopularidad que supone
remar contra corriente, llamando a las cosas por su nombre y viviendo con
conciencia recta, aunque tal conducta, se “arrugue ante el democrático miedo, al qué dirán.
El día en que Jesús enseñó las
bienaventuranzas firmó su sentencia de muerte, porque, no puede predicarse algo
tan “contrariamente horroroso” a este mundo de “libertad
y dignidad”, sin que los narcisistas acaben vengándose, llevando al
predicador a la “cuneta”.
Porque decir cosas como: “dichosos
los que sufren…los tristes...los que tienen hambre..,
es el mejor camino para ganarse enemigos, al atentar groseramente contra
lo políticamente correcto, como son las bienaventuranzas.
Por consiguiente, la crucifixión no
podía estar lejos cuando Jesús agregó: “¡Ay de ustedes los ricos, de los que ahora están satisfechos
porque ya habéis recibido vuestro consuelo…ay de ustedes que ahora ríen…porque
gemirán!” (Lc 6, 24-25)
El cristiano que vive su compromiso bautismal de (sacerdote, profeta y rey), es decir, con libertad,
valentía y paz interior, a pesar de las humanas debilidades
y limitaciones, no se acobarda ante el democrático miedo “al qué
dirán”.
El cristiano encariña
la razón, no la barbariza: "Obra
de tal forma que no tenga que arrepentirse, en aquella hora, de haber amado
demasiado poco", repetimos lo afirmado por Chiara Lubich.
A propósito, recuerdan a Leonardo da
Vinchi quejándose así: “Señor, tú nos das dones, pero nos pides a
cambio, dolores, trabajo, cansancio”. (Manuel Tessi- Conferencia “El
eco del Trabajador” - Universidad La
Salle México - Oct. 2015) “Es curioso que nunca como ahora el
mundo tuvo tantos enseñadores de ética, pero también, como nunca,
pocos practican lo que hablan”.
Juan Pablo II en su Carta “El Esplendor
de la Verdad” apunta: Ningún
hombre puede eludir estas preguntas fundamentales: ¿Qué
hacer?, ¿Cómo discernir el bien del mal? La
respuesta es posible sólo gracias de la verdad que brilla en lo más íntimo de
cada espíritu humano.
Así las cosas, es urgente hablar de lo
esencial en favor de tantas ovejas desorientadas, hoy...aquí y ahora...no "sine die", como gustan cacarear ciertos “sumos pontífices
del academicismo lingüístico”, siempre perdidos en su diarrea verbal.
Hay dos tipos de
cristianos: el de los justos que se creen pecadores y
luchan por superarse, el otro, los pecadores impenitentes,
que se creen justos. Estos carecen de capacidad para sentir vergüenza y dolor
por el mal causado a él mismo y a otros, dirá el amigo Carlos Díaz.
¡Seamos
de aquellos que trabajan pendientes de la aprobación de Dios y de nadie
más!
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