Decir palabras correctas en momentos adecuados es una virtud que
particularmente deseo obtener. Saber cuándo y qué hablar, y encontrar el
dominio entre la palabra y el silencio es una virtud íntimamente ligada a la
sabiduría. ¿Cómo lograrlo?
Dice Brenda P. de Pedrazzi, la capacidad de escuchar es superior a la
capacidad de hablar. De sabios es hablar poco pero con tino y profundidad,
mientras invierten mucho tiempo en escuchar, ver y callar.
De ahí el refrán: “ver, oír, callar, son cosas de gran preciar”
“Es una necedad y una vergüenza responder antes de escuchar” (Prov.
18,13)
Gran parte del éxito en las relaciones
interpersonales se debe a la capacidad de escuchar, más que a la de hablar,
pues no pocas veces, hablar demás, o, palabras vanas y sin sentido, está ligado
a la estupidez y, paradójicamente, a no tener nada que decir. “Somos dueños de
nuestros silencios y no de nuestras palabras”.
Otro conocido refrán: “En boca cerrada no entran moscas”.
Algunas veces es mejor callar, “atornillar” la lengua antes que pronunciar algo
indebido o de lo cual podemos arrepentirnos.
Justo es destacar, sin embargo que, muchas veces el silencio es
extrema cobardía y no precisamente sabiduría. Decía el cantante Atahualpa
Yupanki: “Le tengo rabia al silencio por lo mucho que me perdí; que no se quede
callado quien quiera vivir feliz”.
Es que muchas personas no hablan por no comprometerse. ¿Cuántos
silencios son cómplices de horrendos crímenes?
Sepultar la verdad con el silencio es atentar contra ella; y la no
verdad es mentira, y la mentira es pecado capital.
¿Muchos, hoy no se arrepienten de no haber dicho una palabra que podía
haber mejorado una situación?
También el silencio puede entenderse como: “estamos de acuerdo” o, no
tener nada que decir. En la reunión de padres, por ejemplo, la directora de la
escuela pregunta: ¿Están todos de acuerdo?
Y como todos permanecen callados, se supone que todos están conformes.
Pero no siempre es así.
Al salir de la reunión, no pocas personas dicen: “Yo no quería luego…”
! Siempre son unos pocos nomás los que
deciden..! ¡Cheve na chegustai voi kurí, porque, mata mata kuete o decidipá!
Es oportuno, por consiguiente, tomar en cuenta lo que dice el
siguiente refrán: “Guárdate del hombre que no habla y del perro que no ladra”,
dando a entender que en muchas ocasiones, el silencio puede ser más peligroso
que las palabras.
En nuestra dictadura pasada ¿cuántos crímenes, violaciones,
desapariciones y torturas han tenido como cómplice al “silencio”? ¿Cuántos no han
tenido postura ante tanta arbitrariedad?
En el día a día de nuestra existencia nos enfrentamos cada momento con
dilemas éticos de callar o hablar.
¿Cuántos casos de corrupción,
robo y otros tipos de inconductas no callamos?
También tenemos a flor de piel eso de: “No te metas…te podés complicar
inútilmente, ¿qué te importa?, podés perder tu trabajo y complicarte la vida…”
¿Acaso no vivimos situaciones
de injusticia en cada momento… y qué hacemos?
¿Callamos o hablamos?
¿Qué hizo Jesús cuando vio a la mujer a punto de ser apedreada? ¿Qué
actitud tomó frente a la samaritana, mujer de un sector discriminado?
No nos queda mucho por elegir: o emprendemos el camino de la Verdad, o
seguimos con el síndrome de Pilato, haciéndonos del “ñembotavy” sepultando la
Verdad de Jesucristo para dar vida y libertad a la mentira y al crimen de Barrabás.
La palabra, “mucho vale y poco cuesta”. Quizá por
considerar que la palabra no tiene precio en el mercado, nada vale. Así siendo,
emitimos opiniones y comentarios muy temerarios sin conocer la realidad.
Ofendemos sin sentido. Sembramos desorden y tristeza en lugar de risas
y alegría. Criticamos mucho y valoramos poco.
Antes de criticar, pensemos en el daño que pueden producir esas
“inocentes” palabras que decimos. ¿Por qué no decir palabras amables? ¿Por qué
no decir cosas como ¡gracias! …¡qué bien lo hiciste!… ¿puedo ayudarte?… ¡valoro
tu trabajo y tu esfuerzo!
El libro de los Proverbios 13,3 nos recuerda: “Cuidar las palabras es cuidarse
uno mismo; el que habla mucho, se arruina solo”
“De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12,34) Pensamientos
y corazón son la antesala de la palabra. Sólo podemos generar agua limpia si
nuestro corazón, es decir, nuestra mitad superior que es nuestro yo profundo o
vida interior, no tiene agua podrida.
Pidamos brújula divina para pensar la verdad, decir la verdad y vivir
la verdad, así pronunciaremos palabras de vida y no, palabra cadáver.).
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