viernes, 6 de marzo de 2020

MENTIR Y ENGAÑAR

¿HAY DIFERENCIA?
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Aquel profesor de Ética responde: Mentir es “decir lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”. Engañar es “intentar”  o “inducir” al otro tener por cierto lo que no lo es. Se observa una sutil diferencia en el ejemplo:

Un niño puede negar a su mamá que se había comido el dulce, luego, miente….pero no engaña, porque residuos en la comisura de sus labios y en el pecho, lo delatan.

Vivimos en comunidad, con los otros, en casa, en la calle, en el trabajo, en el autobús, en la escuela, en un parque o jugando un partido de fútbol…donde debiera existir entre nosotros confianza mutua. Porque pensamos que hay respeto, honestidad, acogida…sin engaños.

Luego, una sociedad existe sólo cuando esta edificada sobre irrenunciables principios y valores. Uno de ellos es el de la confianza mutua.

El Catecismo de la Iglesia Católica (2482) recoge la famosa definición de san Agustín sobre la mentira: “La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar”

Además, explica que la mentira perjudica enormemente a la sociedad, por dañar la confianza entre los hombres: “La mentira, por ser violación de la virtud de la veracidad, es violencia contra los otros. 

Contiene el germen de la división de los espíritus y todos los males que ésta suscita. La mentira es funesta para toda sociedad: socava la confianza y rompe el tejido de las relaciones sociales” (2486).

Hay casos en que, por caridad, la verdad no se dice. Pero ¿esto justifica mentir? Quien miente debe tener una buena memoria, para cubrir la primera “piadosa mentirita”, y luego tendrá que inventar una tercera para cubrir una segunda, para cubrir la segunda y luego otras y otras…

Las mentirillas cada vez se tornan más complicadas, corriendo el riesgo no sólo de que te pillen, sino de hacer de tu propia vida un auténtico infierno que provocará desasosiego y estrés. ¿Vale la pena?

Los cristianos sabemos que Cristo, dijo: “Que tu sea y tu No, sea no. Somos llamados a vivir en la verdad que nos hace libres (Jn 8,32). Esa verdad que es Cristo mismo y nos manifiesta con amor. 

La confianza y toda la vida social están gravemente heridas por culpa de la mentira. Mentir significa engaño, traición, injusticia, porque uno quiere “usar” la buena fe de otros para evitar un disgusto o para alcanzar algún beneficio a costa de los demás.

La mentira hiere profundamente la confianza entre los hombres. ¿Cómo eliminar esa tentación que nos lleva a engañar, a manipular las palabras para conseguir una “victoria” (más dinero, un ascenso laboral), para desahogar la sed de venganza, para herir por la espalda a nuestro prójimo?

Hay que hacer un py-á ñemongueta, una auditoría moral de nuestros valores, para descubrir cuál es la raíz de la mentira: el amor desordenado a uno mismo lleva al desprecio a Dios y al hermano.

Dicen que la mentira nace del interior, por ambición corrosiva, por odio, envidia, sed de venganza. Otras veces por un falso sentido de conservación: por  no ja je pillá en un pecado... para evitar un castigo o para no perder la “buena imagen” que otros tengan de nosotros.

Los mentirosos necesitamos arrodillarnos humildemente ante Dios para reconocer con sinceridad nuestros pecados. Pedir fuerzas, y reparar culpas: suplicar perdón a quienes mentimos y engañamos y sanar al prójimo a quien hemos herido.

Esta Cuaresma es propicia para reconciliarnos con el todopoderoso, el Amigo y Redentor que nunca falla.

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