Nadie ignora que el juicio celebrado por el satánico conciliábulo de los doctores
de la ley, en aquella sesión nocturna era injusto, nulo, homicida e irregular. Una de
ellas: Los juicios en que se juega la vida de un hombre deben desarrollarse a
la luz del día.
Con seguridad puede creerse que Judas se arrepintió de la sacrílega venta
de su Maestro y quiso rescindir el vil contrato. Dicen que Judas, cuando vendió
a Cristo, no maquinó su muerte.
Judas era de incontenible codicia, amaba el dinero sin límites, causa de la
traicionera venta de su Maestro. Pero al darse cuenta que Jesús era condenado, arrepentido,
corrió a devolver las 30 monedas de la plata y dijo: “Pequé entregando sangre inocente”.
Los capos de la ley, dijeron: “Si pecaste no nos importa, lo hubieras
pensado antes” El traidor, de improviso, se arrepiente de haber vendido
la sangre del Justo y devolviendo la plata…se ahorca.
¿Por qué se arrepiente Judas? ¿Por qué le importa la suerte de Jesús si ya lucró
con la venta: su plata potá? Sin duda, tenía dos amores: uno el dinero
y el otro, Jesús. Si amaba a Jesús, ¿por qué lo traicionó? No se puede
amar a dos señores…(Lc 16,13)
Tal vez Judas, no tenía o perdió la fe. ¡Su amor no era indiscutible!
No creía que Jesús era Dios, el Hijo de Dios bendito, el Mesías Salvador. He aquí
la causa de su perdición.
Dice el P. Gregorio Martínez Cabello en su libro: La Sacrosanta Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo: Inmensa fue la iniquidad de Judas, al vender
infamemente a su Maestro y traicionarle de modo tan villano.
Pero, no fue menor ofensa a Jesús, al desesperarse y no creer en el Divino
Salvador que vino a salvar a todos y que pudiera perdonar su pecado y
abandonarlo a su fatal y desventurada suerte.
Judas vio cómo Jesús desparramaba misericordia al perdonar a Magdalena, a
la adúltera, a la Samaritana, a los publicanos y ladrones, había oído de los
labios de Jesús las más hermosas parábolas sobe perdonar 70 veces siete, la
oveja perdida, el hijo pródigo….
¡Qué
pena Judas! ¿Por qué no te arrepentiste de veras y no lloraste como
Pedro, con lágrimas de dolor y no fuiste junto a su Mamá? No creíste que ella
pudiera lograr de su Hijo tu perdón?
¡Mba é pio la nde porte Judas! Te alejaste de la luz y caíste en la oscuridad, te alejaste de los hombres
y caíste en poder de los demonios, te alejaste del sumo bien y diste con el
sumo mal, te alejaste de Jesús y te encontraste con Lucifer.
En medio de su loca desesperación revolvía en su mente los más negros
pensamientos; se presentan a su imaginación las más espantosas figuras.
¿Recurre a Cristo? ¿Levanta sus ojos al cielo? ¿Qué pasa con su conciencia?
Mira a todas partes y no encuentra consuelo; todo se revuelve en su interior
y en ningún lugar encuentra paz; todo es angustiante y pavoroso. La terrible
maldad cometida le parece irremediable. ¡Pobre angá Judas…caminaste con Jesús…qué
privilegio!
Alcanzar el perdón, le parece imposible. Vivir así es intolerable. Renegado
de la vida, después de entregar al Hijo de Dios, se perdió a sí mismo, perdió
sus cosas, perdió todo.
“Judas había andado errante toda la noche, al amanecer, volvió al palacio y
sin darse a conocer, pregunta a los soldados qué pasó con el Galileo: ellos
contestaron: ¡ha sido condenado a morir crucificado!” (Catalina Emmerich)
También se enteró de las torturas soportadas y de la paciencia admirable de
Jesús que no se quejaba y que solo decía que era el Hijo de Dios, el Mesías…y
que el malvado traidor, era su discípulo, que poco antes, había cenado con Él, el
cordero pascual…
Horrorizado por su negra conciencia, su razón
se nubló y llegando al borde del barranco vio un árbol y se colgó, cayendo por el
peso de su cuerpo al fondo del despeñadero y a causa del rudo golpe su cuerpo reventó,
desparramándose por el suelo sus entrañas.
Aprendamos de este trágico suceso; no desesperar, confiar en la misericordia
divina que es infinitamente mayor que todas nuestras miserias. * Dios nos
ama * Somos pecadores * Jesús nos libera * Si nos arrepentimos e iniciamos el camino
de la conversión.
Judas solo reconoce y lamenta el pecado, pero Pedro reconoce, lamenta y
enmienda.
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