sábado, 11 de enero de 2020

QUIEN ES FUERTE NO ATACA…

¡¡RESISTE!!
Resultado de imagen para soportar al semejante es fortaleza..

Josef Pieper en su libro “Las virtudes fundamentales”, enseña: La fortaleza supone vulnerabilidad; sin vulnerabilidad no se daría ni la posibilidad misma de la fortaleza. En la medida en que no es vulnerable, está vedado al ángel participar de esta virtud.

Ser fuerte o valiente significa poder recibir una herida. Si el hombre puede ser fuerte, es porque es esencialmente vulnerable. Por herida se entiende toda agresión, contraria a la voluntad…Lo que acontece en y con nosotros, en contra de nuestra voluntad.

Es decir, todo lo negativo, que acarrea daño y dolor, que inquieta y oprime. El fuerte no recibe esa herida por su propia y espontánea voluntad. Si la recibe, es más bien por conservar o ganar una integridad (algo) más esencial…un bien mayor.

Un ejemplo: sabemos que en el matrimonio no siempre es todo color de rosas. Incomprensiones, malentendidos,  comunicación deficiente…pueden ser considerados como heridas dadas, como recibidas. ¿Cómo se arregla?

Debido a que en la conciencia del cristiano no está el querer romper y tirar a la basura su matrimonio, él/ella, llega a ser partícipe en la lucha por el bien mayor: No divorcio, a pesar de las heridas recibidas. En este caso cede y resiste, el más fuerte.

El fuerte no «sufre por sufrir», ya que no desprecia la vida. Pero, conviene dejar muy particularmente sentado, desde un principio, que el que es fuerte o valiente no busca ser herido por su propia y espontánea voluntad.

Si la esencia de la fortaleza consiste en aceptar el riesgo de ser herido por la realización del bien, queda claro que el que es fuerte o valiente sabe qué es el bien y que él es valiente por su expresa voluntad.

La prudencia y la justicia preceden a la fortaleza. Es decir, sin prudencia y sin justicia no hay fortaleza; sólo aquel que sea prudente y justo puede ser valiente; y es imposible ser realmente valiente si antes no se es prudente y justo.

La virtud de la fortaleza nada tiene que ver con una impetuosidad ciega.  

El que impremeditada e indiferentemente se expone a toda suerte de peligros no es ya valiente; porque al comportarse de ese modo, da a entender que cualquier cosa es para él, un valor más alto que su integridad personal, a la que por tales motivos pone en juego.

La prudencia da su forma esencial e intrínseca a las restantes virtudes cardinales: a la justicia, a la fortaleza y a la templanza.

Dice Ambrosio: La fortaleza sin justicia es palanca del mal. No es sólo el prudente el único que puede ser valiente. También es verdad que  una «fortaleza» que no se pone al servicio de la justicia es tan irreal y tan falsa como una «fortaleza» que no esté informada por la prudencia. Sin la «cosa justa», no hay fortaleza.

Ser fuerte o valiente no es lo mismo que no tener miedo. Por el contrario, la virtud de la fortaleza es cabalmente incompatible con la ausencia de temor.

El sujeto valeroso mantiene sus ojos bien abiertos y es consciente de que el daño a que se expone es un mal. Sin falsear ni valorar con torcido criterio la realidad, deja que ésta le «sepa» tal como realmente es: por eso ni ama la muerte ni desprecia la vida.

Ser paciente significa no dejarse arrebatar la serenidad del alma por las heridas que se reciben por hacer el bien. La paciencia preserva al hombre del peligro de que su espíritu sea quebrantado por la tristeza y pierda su grandeza.

La paciencia, dice Hildegarda de Bingen, es «la columna que ante nada se doblega». Y Tomás, basándose en la Sagrada Escritura resume con extraordinaria puntería: «por la paciencia se mantiene el hombre en posesión de su alma».

El que es valeroso es también, y precisamente por ser valeroso, paciente. Luego, si te acusan sin razón de narco, lesbiano, ladrón, o lo que sea… ¡no dejes que te dañe! ¿Sí pa? 

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