¡¡RESISTE!!
Josef Pieper en su libro “Las
virtudes fundamentales”, enseña: La fortaleza supone vulnerabilidad;
sin vulnerabilidad no se daría ni la posibilidad misma de la fortaleza. En la
medida en que no es vulnerable, está vedado al ángel participar de esta virtud.
Ser fuerte o valiente significa poder
recibir una herida. Si el hombre puede ser fuerte, es porque es esencialmente
vulnerable. Por herida se entiende toda agresión, contraria a la voluntad…Lo
que acontece en y con nosotros, en contra de nuestra voluntad.
Es decir, todo lo negativo, que acarrea
daño y dolor, que inquieta y oprime. El fuerte no recibe esa herida por su
propia y espontánea voluntad. Si la recibe, es más bien por conservar o ganar
una integridad (algo) más esencial…un bien mayor.
Un
ejemplo: sabemos que en el matrimonio no siempre es todo color de rosas.
Incomprensiones, malentendidos, comunicación
deficiente…pueden ser considerados como heridas dadas, como recibidas. ¿Cómo se
arregla?
Debido a que en la conciencia del
cristiano no está el querer romper y tirar a la basura su matrimonio, él/ella,
llega a ser partícipe en la lucha por el bien mayor: No divorcio, a pesar de
las heridas recibidas. En este caso cede y resiste, el más fuerte.
El fuerte no «sufre por sufrir», ya que
no desprecia la vida. Pero, conviene dejar muy particularmente sentado, desde
un principio, que el que es fuerte o valiente no busca ser
herido por su propia y espontánea voluntad.
Si la esencia de la fortaleza consiste
en aceptar el riesgo de ser herido por la realización del bien, queda claro que
el que es fuerte o valiente sabe qué es el bien y que él es valiente
por su expresa voluntad.
La prudencia y la justicia preceden a la
fortaleza. Es decir, sin prudencia y sin justicia no hay fortaleza; sólo
aquel que sea prudente y justo puede ser valiente; y es imposible ser
realmente valiente si antes no se es prudente y justo.
La virtud de la fortaleza nada tiene que
ver con una impetuosidad ciega.
El que impremeditada e indiferentemente
se expone a toda suerte de peligros no es ya valiente; porque al comportarse de
ese modo, da a entender que cualquier cosa es para él, un valor más alto que su
integridad personal, a la que por tales motivos pone en juego.
La prudencia da su forma esencial e
intrínseca a las restantes virtudes cardinales: a la justicia, a la fortaleza y
a la templanza.
Dice Ambrosio: La fortaleza sin justicia es palanca del
mal.
No es sólo el prudente el único que puede ser valiente. También es verdad que una «fortaleza» que no se pone al servicio de
la justicia es tan irreal y tan falsa como una «fortaleza» que no esté
informada por la prudencia. Sin la «cosa justa», no hay fortaleza.
Ser fuerte o valiente no es lo mismo que
no tener miedo. Por el contrario, la virtud de la fortaleza es cabalmente
incompatible con la ausencia de temor.
El sujeto valeroso mantiene sus ojos
bien abiertos y es consciente de que el daño a que se expone es un mal. Sin
falsear ni valorar con torcido criterio la realidad, deja que ésta le «sepa»
tal como realmente es: por eso ni ama la muerte ni desprecia la vida.
Ser paciente significa no dejarse
arrebatar la serenidad del alma por las heridas que se reciben por hacer el
bien. La paciencia preserva al hombre del peligro de que su espíritu sea
quebrantado por la tristeza y pierda su grandeza.
La paciencia, dice Hildegarda de Bingen,
es «la
columna que ante nada se doblega». Y Tomás, basándose en la Sagrada
Escritura resume con extraordinaria puntería: «por la paciencia se mantiene el
hombre en posesión de su alma».
El que es valeroso es también, y
precisamente por ser valeroso, paciente. Luego, si te acusan sin razón de
narco, lesbiano, ladrón, o lo que sea… ¡no dejes que te dañe! ¿Sí
pa?
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