Debo preguntarme... si todo lo que creo que es necesario, ¿lo es en realidad?
Decía aquel profesor: “El hombre sólo es él mismo cuando expresa sus capacidades innatas, no cuando
su objetivo es tener muchas cosas, porque de ser así, acaba siendo una cosa más entre tantas cosas”.
Ni el dinero, ni los aplausos, ni el
éxito, ni el poder, más allá de lo vital, son necesarios para vivir dignamente. Nota: Se avisa que el poder, aplausos, placer, dinero, etc, no
son satanizados, tampoco son satanizadas las personas que los poseen.
¿De qué sirve todo aquello si falta paz y ternura en la familia, la
compañía de buenos amigos, las risas que provocan algún acto gracioso o las
palabras cariñosas del cónyuge al culminar el día?
Podríamos comer tortillas
con cocido negro, dormir en el suelo, escuchar música, sin teléfono de alta
gama, ni coches de lujo, ni abultada cuenta bancaria; pero felices con la
conciencia tranquila y sobre todo… ¡limpia!
La conciencia limpia nos lleva a ser realmente libres y apacibles para soportar los
problemas de la vida. Como disfrutar de todo lo bueno, que también la vida nos
depara, porque: “no existe el mal absoluto”.
Dice
el Papa Francisco en su Encíclica “Laudato Si”: “La
sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos
vida, no es una baja intensidad sino todo lo contrario.
En realidad,
quienes disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan de picotear
aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen, pero que valoran cada persona y aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple.
Así disminuyen necesidades
insatisfechas y reducen el cansancio y la obsesión. Se puede necesitar poco y
vivir mucho (…) en el servir…en la oración. Felicidad es limitar algunas
necesidades que nos atontan…y múltiples posibilidades que ofrece la
vida.
La sobriedad y la
humildad no han gozado de una valoración positiva en el último siglo. Pero, cuando se debilita de manera generalizada el ejercicio de alguna virtud en la
vida personal y social, ello termina provocando múltiples desequilibrios (…)
La desaparición de
la humildad, en un ser humano desaforadamente entusiasmado con la posibilidad
de dominarlo todo sin límite alguno, sólo puede terminar dañando a la sociedad
y al ambiente.
No es fácil desarrollar
esta sana humildad y feliz sobriedad si nos volvemos autónomos, si excluimos de
nuestra vida a Dios y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra
propia subjetividad la que determina lo que está bien o lo que está mal.
Por otro lado,
nadie puede madurar en una feliz sobriedad si no está en paz consigo
mismo. Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad consiste en
ampliar lo que entendemos por paz, que es mucho más que la ausencia de guerra”.
Muchos
sienten un profundo trastorno que los mueve a hacer cosas a "500 km/hora" para
sentirse ocupados, prisa que las lleva a atropellar todo lo que tienen a su
alrededor.
¡Confiemos en Dios! “El
conocimiento de Dios sin el de nuestra miseria produce orgullo. El conocimiento
de nuestra miseria sin el conocimiento de Dios produce desesperación”
(Blaise Pascal).