Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna (Jn 3:16) Nos ama con amor infinito. Aunque nosotros nos empeñemos en no amar.
Para salvarnos debemos creer en Jesucristo, arrepentirnos, bautizarnos y recibir el don del Espíritu Santo. (Hch 2:37-38). La persona íntegra rechaza la corrupción y la hipocresía. Hay condiciones para la salvación. “Señor, ¿qué debo hacer para salvarme? preguntó el joven rico” (Lc 12:13-21).
¿Basta con sólo creer en Dios? ¿No son también necesarias las obras para la salvación? ¡El diablo conoce y cree que Cristo es el Señor! Y sin embargo está ¡condenado eternamente! ¿De qué sirve decir, que se tiene fe, si los hechos no lo demuestran? ¿Podrá acaso alguien salvarse, únicamente por la fe?
Si al hermano le falta ropa y comida y le dices: “Que te vaya bien; abrígate, come lo que quieras”, y nada le das, ¿de qué sirve? Con la fe es igual, si no se demuestra con hechos, es cosa muerta. (Stg 2:14-17) ¡El cristianismo no es legalismo… es acción!
El: “Dame las normas, cumplo y voy al cielo… y el que no las cumpla, ¡allá él!”, no sirve. Detrás de este tipo de actos se esconde la tentación de convertir el cristianismo en legalismo. El cristianismo es, sobre todo y ante todo, buena noticia: Dios se hizo hombre en Jesucristo, quien murió por nosotros para salvarnos.
Dice Rebeka Werner: Jesús no es un teólogo que da “un tratado científico perfectamente articulado para que no quede lugar a dudas”, todo lo contrario. Jesús comunica la Buena Nueva de la Salvación en el día a día, con su vida, hablando con sus discípulos tanto de manera informal como en solemnes predicaciones”.
Benedicto XVI, nos recordó que Dios incansablemente nos busca. “Cuando Jesús habla del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca la moneda, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de palabras, sino que, es la explicación de su propio ser y actuar”.
“El pastor que encuentra la oveja perdida es el Señor que toma con la Cruz, la humanidad pecadora para redimirla. El hijo pródigo, tras obtener la herencia va a un país lejano desperdiciando su patrimonio. Fue obligado a trabajar como un esclavo, incluso a alimentarse de las comidas de los animales.
Pero, recapacitó y dijo: “Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo” (Lc 15, 18-19). “Estando él todavía lejos, lo vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y lo besó con cariño. (Lc 15, 20) y, lleno de alegría, hizo preparar una fiesta.
¿Cómo no abrir nuestro corazón a la certeza de que, a pesar de ser pecadores, Dios nos ama? Él nunca se cansa de salir a nuestro encuentro, siempre es el primero en recorrer el c amino que nos separa de Él.
El libro del Éxodo dice que Moisés, con confianza y súplica audaz, logró, por decirlo así, desplazar a Dios del trono del juicio al trono de la misericordia (cf. 32, 7-11.13-14) El arrepentimiento es la medida de la fe; que nos vuelve a la Verdad.
Dice san Pablo: “Encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad” (1 Tm 1, 13). Tomando la parábola del hijo que regresa “a casa”, vemos que cuando aparece el hijo mayor indignado por la acogida dada a su hermano, de nuevo es el padre quien sale a su encuentro a suplicarle:
“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo” (Lc 15, 31) Sólo la fe transforma el egoísmo en alegría y restablece relaciones justas con el prójimo y con Dios. “Convenía celebrar una fiesta y alegrarse, dice el papá, porque tu hermano… estaba perdido y encontrado” (Lc 15,32).
¡Dios nos ama como somos…basta que reconozcamos nuestros errores y le pidamos perdón!
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