viernes, 29 de octubre de 2021

¡ÉTICA Y PROFESIÓN!

 En la práctica... ¿Palabras contradictorias?

 
Hace años, el teólogo, Von Hildebrand, en un breve artículo presentaba una distinción entre profesión primaria y secundaria. La profesión primaria es la que es común a todos los seres y nos corresponde por el mero hecho de vivir. Es el difícil oficio de ser hombre.

Las secundarias son las diversas tareas socialmente útiles que el hombre desarrolla dentro de la sociedad. Las profesiones secundarias están íntimamente unidas a la primaria, en ella están incluidas y de ella reciben sentido y valor. 

Así, quienes saben definen la Profesión como: «Una capacidad cualificada, requerida por el bien común, con peculiares posibilidades económico-sociales». El concepto fundamntal de la ética profesional es la moralidad. 

Muchos son acusados por hechos conexos con el ejercicio de su profesión. Y se defienden alegando haber obrado «a ciencia y conciencia». En teoría hay coherencia entre ideas y la vida: se «respetan» las normas morales... pero en la práctica, se hace otra cosa. 

En lo profesional: ¿Cómo se triunfa social, económica y científicamente? ¿Cómo se logra éxitos sin comprometer la conciencia y la dignidad humana? 

Muchos egresados, con inquietudes morales se decepcionan al salir al campo laboral, a la vida. Porque la moral sólo se «cacarea» en aulas, pero, son pisoteadas osadamente sin que muchos buenitos se escandalicen y reclamen a los negocios, a la política y en la familia. 

Es hora de «sacudirnos», ser agentes de cambio o seguir apocado, en secreta rebeldía contra los profes, porque “no le prepararon para eso”; “por haber disfrazado la vida”, y porque, en lugar de moral, le enseñaron un mito. ¡Es que el profe tampoco sabía...ni lo sabe aun!. 

En la práctica, la ética es superada por éxitos y ventajas. Pero, aunque cueste creer, la mejor garantía del éxito profesional es la integridad: idea poco grata para tantos profesionales con carretilladas de cartones académicos, al decir de aquel profesor. 

Respecto a la responsabilidad, muchos profesionales se sienten exonerados de cualquier disciplina, como si semejante anarquía fuera un privilegio de su cartón académico. El cliente-paciente es afectado cuando el profesional no cumple lo mínimo: el horario. 

Así, por instinto defensivo, el cliente huye del profesional autómata irresponsable, en el ejercicio consciente de su profesión, cuando por ejemplo, humilla al no cumplir la hora pactada. ¡Ha upéicha gua heta oî anguiru! 

Pero, se enfurece cuando protesta por cualquier control, como si el título universitario le diera autoridad e impunidad. Cuando se rebela contra cualquier tipo de compromiso o cuando, incluso, hace alarde de sus informalidades y negligencias. 

Se prefiere la técnica a la bondad o la «prostituta universal», como diría Shakespeare, en referencia al dinero. Si bien el técnico es un pobre diablo si reduce todas sus virtudes a la gloria; el humanista es un idiota, si solo se pavonea y deleita en su doctorado. 

¿Cuántos sólo buscan bien personal, prestigio y dinero al ingresar a la universidad?. Si el profesional es alguien atrofiado y desaparece “lo humano” de su óptica intelectual, la sociedad está condenada a la ruina moral, como ya lo estamos sintiendo, dígase de paso. 

La caridad, virtud de amor a Dios sólo descansa cuando hago lo que debo, por sobre lo que me gusta o conviene. El humanismo no es algo decorativo que pelea con lo académico. 

El profesional, que encerrado en su “madriguera”, se halaga torpemente por creerse fauna superior, permanece en la mentira, en el mal, es el más responsable de esa maximísera y errante sociedad de la cual, será su primera víctima, o reo ante la sociedad, o ante Dios. 

El profesional incapaz de cumplir la hora por él marcada, padece “Síndrome de Hubris”,  un ego desmedido, exagerado y deprecio hacia los demás, cercano al “pokarê-mbarete”, tan ñande mba´é. “Ha é la karai...umi otro… arriéro perõ, vyroite …“ñati'û” bikini”. ¿No soy pa hina uno de ellos?

Pero, como no existe el mal absoluto, se sigue que hay profesionales íntegros, luego, ellos  merecen todo nuestro respeto y consideración. (¡No estamos contra las competencias académicas...todo lo contrario!...pero...) ¡Se tenía que decir... y se dijo! 

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