No hace falta conocer de Psicología para saber que el rencor daña, y mucho más a quien odia, porque no siempre la persona odiada, se entera. ¿Cómo nace el odio? El P. Fernando Pascual explica:
Guardar dentro del alma un rencor durante tanto tiempo nos daña, nos destruye, nos aparta del camino del bien y del amor sincero, por una palabra hiriente, promesa incumplida, una mentira despiadada...
Alguien hirió nuestro corazón, traicionó nuestra confianza, nos clavó una calumnia por la espalda. O cometió un grave error...
En nuestro interior surge un rencor profundo que carcome el alma. Guardamos silencio y aguantamos. Pero el rencor sigue allí, agazapado, como un
león listo a atacar.
Cuando, luego de años hay un roce, sale a flote el py-á ro. La persona rencorosa
dice: “No olvido lo que me hiciste”, y dispara con rabia el veneno,
escupiendo los errores del pasado, incluso con “intereses”.
Guardar rencor, destruye y aparta del camino del bien y del amor sincero. Todos
cometemos errores. Es de torpes, por no decir otra cosa, guardar recuerdos
tóxicos para vengarse y herir.
Es de débiles vivir hundidos en el odio y malos deseos. Nadie tiene derecho a condenar al prójimo, sino a ayudarlo tras su caída, como nosotros pecadores, quisiéramos perdón cuando fallamos.
El odio es una emoción natural que, perjudica la salud física y mental; altera el estado de ánimo, genera estrés, ansiedad y hasta depresión.
“Tengan todos unos mismos sentimientos, sean compasivos, ámense como hermanos, sean humildes.
No devuelvan mal por mal, ni insulto por insulto; por el contrario, bendigan, pues habéis sido llamados a heredar la bendición” (1P 3,8-9).
Hoy puedo mirar mi alma y ver si no quedan allí, muy dentro, resentimientos que me carcomen y me apartan del amor.
Si los descubro, es el momento de tomar un bisturí para extirpar ese cáncer dañino de rencores viejos.
Podemos, con la intercesión de san Cayetano, dedicado a las obras de promoción humana, cumplir con la regla evangélica: ¡quien perdona será perdonado!.
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