miércoles, 14 de febrero de 2018

VIVIR CON LO

 ESTRICTAMENTE NECESARIO.

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¿Cómo hacer para que no eduquen a nuestros hijos como idiotas morales? ¡Viviendo con templanza! La templanza grita a los padres: “moderen el despilfarro, tengan austeridad”, afirma el Dr. Carlos Díaz, profesor de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).

Si lo hacemos (no si lo decimos solamente), los hijos aprenderán que no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita, sabiendo que si un máximo es superfluo, un mínimo es necesario.

“El hombre superior ama su alma; el inferior, su propiedad, sus cosas. Sólo sabe cuidar lo ajeno quien sabe poseer lo propio, sin por eso llegar a la avaricia. La persona sobria cuida los pequeños gastos, por eso gasta siempre una moneda menos de la que gana: <quien compra lo superfluo no tardará en vender lo necesario>. La Templanza, urgente valor que los padres hemos de recuperar.

Apuntando hacia el <nosotros> comunitario, la familia, es por excelencia comunión de tiempos: indecente es abandonar a los niños a su propio destino ante el televisor para que se distraigan porque los padres siempre estamos muy ocupados. Las estadísticas cantan: La televisión,  más que diversión es violencia, en todos los sentidos.

Si cada vez que el niño vuelve a su casa y la encuentra vacía, porque los padres estamos trabajando para traer dinero -¿cuánto dinero?-, sepamos que hemos comenzado a poner la primera carga para dinamitar nuestro hogar.

Si pretendemos sustituir el calor de nuestra presencia por la abundancia de nuestras ausencias, envueltas en papel de regalos, habremos desecho la familia y por eso, nosotros sin trato extenso y distendido con nuestros hijos, mañana seremos tratados por ellos de la misma manera, pues se cumplirá indefectiblemente la ley de la reciprocidad.

Así las cosas, “perder” el tiempo con la familia, es la mejor forma de hallarlo. El ausente deshace familia.

Señores padres, ayunemos de todo lo negativo que asecha nuestra privilegiada micro iglesia, la verdadera cuaresma está hoy en ver menos TV. La fuerza de la educación no está en la sola teorización, sino en la orto-praxis, en que cuanto se diga se profese. Esta alimentación que instruye y educa, nada sería sin un ejercicio de disciplina.

Disciplinar no consiste en pegar bofetadas, sino en crear hábitos positivos y conductas  donde se hace presente el autodominio. La verdadera libertad consiste en hacer lo que se debe, y no precisamente lo que se quiere. Esto es disciplina, es orden. Y en la familia ¿a quién corresponde esta tarea? La disciplina no es voz de mando del padre, por el sólo hecho de ostentar el rol de padre.

En casa, la existencia de defectos, de egoísmos, de insolidaridades puede y debe transformarse con una pedagogía de la compasión solidaria y del apoyo mutuo, elevándose a niveles de reconciliación.

Padres, examinemos, pues, en este nicho ecológico privilegiado también nuestra debilidades y fracasos. Nada más educativo que el fracaso para rectificar.

¿Quién lleva razón en las mesas familiares? Algunas veces los padres, otras veces los hijos. Tenga razón quien la tenga, papá, mamá e hijos, formamos un nosotros amoroso. Eso es lo que importa.

El padre, aún hoy, por imperio de su responsabilidad, sigue siendo autoridad, recordando que auctoritas es quien aúpa y da auge, quien se hace capaz de portar, soportar y transportar, nunca de deportar a nadie.

Feliz familia aquella en que el padre/autoridad se manifiesta como servicio. Feliz familia donde los más fuertes o inteligentes viven “desviviéndose” en pro de la comunidad familiar. Y desagraciadas familias por el contrario, aquellas en la que ser “cabeza” de familia se entiende como ser Narciso, donde la autoridad se reivindica ilegítimamente por la vía del autoritarismo, concluye Díaz en “el trabajo de hacer familia…dossier-2006”

Virtudes de un padre señaladas en un acróstico:

Proveedor: Proporciona afecto emocional, económico y espiritual: Integral.
Administrador: Proporciona sólo lo necesario. Limita gastos. Es prudente.
Disciplinador: Sensato. Sobrio. No constituye una paternidad permisiva. 
Restaurador: Sabe pedir perdón y perdona. Es amoroso, humilde.
Educador. Un antiguo adagio reza: “Explicamos lo que sabemos; enseñamos lo que somos.

Así siendo, un padre responsable hace que el hijo deje de ser “algo” para ser Alguien.   

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