ARREPENTIMIENTO Y CONVERSIÓN
Cuaresma: cuarenta días consagrados a la penitencia y a la preparación para las fiestas de Pascua. El Papa propone combatir la plaga de los “corazones fríos” durante la Cuaresma que comienza. En su mensaje lanza una advertencia: el hombre del siglo XXI debe tener cuidado con la vanidad y a la seducción de las cosas pasajeras que no llevan a la felicidad:
Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor.
Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la
Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión», que anuncia y realiza la
posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a
toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago
inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al
crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).
Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos,
anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría
encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos,
algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la
caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.
Los
falsos profetas. Escuchemos
este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas? Son como
«encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas
para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren.
Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar
por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la
felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del
dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos.
Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
Algunos falsos profetas engañarán a mucha
gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro
de todo el evangelio.
Otros falsos profetas son esos
«charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los
sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles:
cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga,
de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas.
Cuántos se dejan cautivar por una vida
completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas
pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo
ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la
libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a
pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta
atrás.
No es una sorpresa: desde siempre el
demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44),
presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón
del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a
examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos
profetas.
Tenemos que aprender a no quedarnos en
un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan
en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y
ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío. Dante Alighieri,
en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de
hielo; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo
se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que
el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo
que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los
males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por
tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra
desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos.
Que la luz de Cristo, resucitado y
glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu», para
que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús:
después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan
eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario