ARREPENTIMIENTO Y CONVERSIÓN
Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en
nosotros la caridad? ¿cuáles son las señales que nos indican que el amor corre
el riesgo de apagarse en nosotros?.
También la creación es un testigo
silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a
causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también
contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos
de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su
gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
El amor se enfría también en nuestras
comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté
de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la
acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar
continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo
de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.
¿Qué
podemos hacer?. Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los
signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la
medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el
dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
El hecho de dedicar más tiempo a
la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras
secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente
el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos
libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo
que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos
en un auténtico estilo de vida.
Al igual que, como cristianos, me
gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la
posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto
de la comunión que vivimos en la Iglesia (…)
A este propósito hago mía la exhortación
de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para
la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co8,10). Esto vale
especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan
colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades.
Y cuánto querría que también en nuestras
relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se
trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para
participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de
mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades,
él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?.
La iglesia (...) nos ofrece en este tiempo de
cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno. El ayuno,
por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una
importante ocasión para crecer.
Por una parte, nos permite experimentar
lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón
del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de
bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar
más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios,
que es el único que sacia nuestra hambre.
Querría que mi voz traspasara las fronteras
de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de
buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios.
Si se sienten afligidos como nosotros,
porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que
paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma
humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y
entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.
El fuego de la Pascua. Invito
especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la
Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos
corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el
corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que
podamos empezar a amar de nuevo.
«Que la luz de Cristo, resucitado y
glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu», para
que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús:
después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan
eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad. (Papa
Francisco)
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