¿MÉRITO, DERECHO U
OBSEQUIO?
Para pensar un poquito. La pregunta plantea una difícil respuesta. ¿Tenemos mérito para nacer? ¿Tenemos derecho a nacer, o adquirimos derechos luego de haber nacido? ¿La vida, es primero, un regalo?
“Carlos Díaz Hernández, explicando el
pensamiento de Mounier dice que "el personalismo comunitario de lo que
trata es de que la persona sea el centro, que no lo midan por los parámetros
económicos, que pueda vivir con dignidad; que no sean el centro la vanidad, la
tontería, la estupidez del mundo”.
Mounier afirma el primado de la persona,
el valor absoluto de la persona, la persona como un ser racional y social y
explica a la persona en sus cuatro dimensiones: encarnación, vocación,
comunicación y trascendencia. (Escribe Eudoro Terrones Negrete)
Pero, como sabemos que
en su largo peregrinar en este “valle de lágrimas”, el homo sapiens ha mezclado
las palabras amor, pasión, posesión. Este entrevero sigue cada vez más
saludable: su principal combustible, el desmedido apego al “yo”, es decir, el egoísmo.
Del egoísmo nace el egocentrismo, es decir, el yo como centro de la vida, que acompaña al hombre dotado de “inteligencia, libertar y voluntad”, prostituyendo el concepto del real significad Amor. Todo lo contrario al pensamiento de Emmanuel Mounier.
Señala el P. Idar Hidalgo: “Hay dos maneras de ver la vida: como mérito o como don. Cuando la vemos como mérito, nunca es suficiente lo que se nos da y siempre estamos en actitud de que los demás no hacen lo suficiente por darme lo que merezco; yo pongo todo lo necesario para que los demás sean felices, pero los otros no hacen nada para que yo sea feliz.
Yo he cumplido, yo he hecho todo lo
posible y nadie me paga mi entrega, todos me deben, soy un acreedor de la
existencia, y no puedo pasarme la vida cobrando a todos los que me deben; desde
luego con una carga de amargura, de tristeza, de desánimo y desesperanza.
Esta visión de la vida nos conduce a
estar inconforme frente a todo incluso frente a Dios, porque el mismo Dios
debería reconocer mis méritos, que siento que ya he ganado, incluso los
triunfos no podemos disfrutarlos en esta actitud porque son facturas que nos
están pagando, son derechos que hemos adquirido.
Desde luego en esta actitud de vida la
soberbia nos esclaviza y rivalizamos con los demás y todo lo veo como agresión,
todo es competencia y dejamos nacer el juicio, y racionalizamos nuestros
fracasos, justificamos nuestras caídas, nos hacemos víctimas de la vida y de
todo lo que nos rodea”.
Alfonso Aguiló dice: Es curioso cómo muchas personas piensan que la felicidad es algo reservado para otros (…). A lo mejor el pobre, si oye hablar de felicidad, piensa que es cosa que se está diciendo para los ricos, que sólo los ricos son, quizá, felices.
Y los ricos, poderosos y afamados, quizá
de su propia grandeza prisioneros, pensarán que se refiere a la gente sencilla,
a los que ellos, inexplicablemente, ven tantas veces disfrutar y reír con cosas
a las que su condición les impide acceder.
El egoísmo y la soberbia son grandes
enemigos de la felicidad. El egoísta vive ensimismado, emborrachado en su
propia contemplación. Es como vivir en un calabozo: oímos sólo nuestra propia
voz; hablamos sólo de nosotros mismos; sólo escuchamos los lamentos de nuestro
propio dolor; únicamente captamos la gloria de nuestra propia victoria
personal.
Todos, con nuestra capacidad de hacer el
bien a quienes nos rodean, tenemos un tesoro que repartir; y, si no lo
entregamos, se pierde, para nosotros y para los demás. Por eso, buscar la
felicidad de los demás es uno de los caminos más directos para lograr la
propia.
¿Acaso no
conocemos personas dispuestas a realizar tareas cuyo único beneficio es evitar
el sufrimiento del semejante? ¿Cuántas veces, nosotros mismos hemos sido
beneficiados, como también, nos hemos sentido bien ayudando, sin esperar nada a
cambio? Esta actitud nos hace felices y nos da satisfacción, quizá superior a
la de recibir ayuda.
También se
demuestra como verdadera expresión de una auténtica experiencia humana, la
frase de Jesús que encontramos fuera de los Evangelios, recogida por San Pablo: “Hay mayor alegría en dar que en recibir” (Hechos
20,35).
Por consiguiente,
somos primero regalo, luego
adquirimos derechos y según nuestra conducta, acumulamos méritos.
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