PESADAS CADENAS… (III)
El dios «Prestigio». El diccionario define: Popularidad,
Renombre, Crédito, Reputación, Fama, Status, Dinero, Posición Social.
No es secreto que vivimos en un mundo de apariencias: lo que se muestra, lo que aparece, la imagen… Estamos en la era de la tarima y la pantalla donde éstas dominan y predominan por sobre cualquier otro valor.
No es secreto que vivimos en un mundo de apariencias: lo que se muestra, lo que aparece, la imagen… Estamos en la era de la tarima y la pantalla donde éstas dominan y predominan por sobre cualquier otro valor.
Ser integro es todo lo contrario a falso. El falso simula y todo lo
presenta como real. Es «falso» y «hábil» a la vez. La habilidad es necesaria
tanto para engañar a otros como para protegerse del engaño. Lo malo es que hoy
se acepta, se valora e incluso, se admira a quienes logran que lo falso y la simulación,
parezcan reales. Pocos se escandalizan, por ejemplo, si poseen un auto «mau», o si es corrupto… no sólo
no se escandaliza, sino peor aún, se jacta de su apestosa condición.
No sólo hay que ser, sino también, parecer. Según
la historia, Julio César se divorció de Pompeya, porque ella asistió orgía
sexual que se permitían las damas romanas algunas veces. Pidieron al César
anular el divorcio ya que su esposa había asistido solo como espectadora y no
había cometido algún acto deshonesto. Julio César contestó: “La
mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo.”
Sin embargo, «parecer»
es también parte del «ser».
Muchas personas todavía hoy compran un «Rolex» por diez dólares y no se sienten
engañados. Saben que su reloj es falsificado. Lo sabía al comprarlo y aún así
muestran su Rolex autoengañándose con falso prestigio, notoriedad, etc.
Es que la «fama y la
presentación» son necesarias para la vida pública – aun en la mentira-
porque la chata sociedad mide por lo que se «tiene» y no por lo que se «es». Entonces, muchos se adornan con increíble estupidez de «adulación a la vanidad personal».
¿No lo cree? Observe a su alrededor y verá lamentables ejemplares.
Y ¡cuántos quieren ser como personajes que aparecen en la tele! Dice
Carlos Díaz: «Todos los pobres desgraciados de nuestra sociedad han ido
corriendo a poner flores a las tumbas de John Lenon y Lady Di, porque en el
fondo querían ser como ellos». ¿Qué nos puede interesar la vida de Julito-Lorenita-Rodriguito-Carmencita
(los nombres son ficticios), hijos de este Paraguay diminutivo y errante, que aparecen
en las pantallas, periódicos y revistas del corazón?
¿Por qué se interesan los paraguayos - y no paraguayos - por las
aventuras y desventuras amorosas de la farándula sodomita-burgués-primitiva -de
aquí y de allá- que destruye y retrasa el nivel de desarrollo que los pobres telemiradores necesitan para su
liberación con programas basura, que nada enseña y mucho aliena?.
Es que el hombre, animal aburguesado, aspira a ser feliz a través del prestigio: la cátedra, los títulos, los trajes, la posición social, el coche,
la fama…pero siempre
queda insatisfecho, por ser rehén del ajeno reconocimiento. Quien para ser feliz
necesita que los demás le reconozcan su prestigio, queda obligatoriamente preso
del juicio ajeno, y por consiguiente, su felicidad siempre está pendiente de
otro. Es, definitivamente, una existencia
enanizada, hiperatrofiada.
El que asume una identidad falsa con el propósito de engañar apareciendo
como lo que no es, pretende ocultar ante los demás las deficiencias de su
verdadero ser. ¿Será por falso
prestigio? Sabe que no es la
persona que finge ser, pero siente que debe «aparecer» como alguien no común, importante y magnífico. Luego,
adopta gestos y conductas postizas,
coloca una prótesis donde
debe portar la real identidad,
volviéndose un impostor. ¡Pobre anga!
Este tipo de personas busca la manera de progresar engañando a
compañeros de trabajo, de estudios, vecinos, a todos. ¿Pero qué hay detrás de
esta conducta? Probablemente el simulador, el buscador de prestigio a como dé lugar, quiere
demostrar que es más listo que los otros, creyendo en la ilusión de que es alguien importante, poderosa, «más y mejor» que otros.
Este tipo de persona es capaz de todo, con tal de que nadie se atreva
a limitar su ego. Estará dispuesto pactar con el diablo sus cuentas y su
espiritualidad con Dios. Lo malo – dice Mounier – es que de una verdad dividida
en dos, no surgen dos verdades, sino dos errores.
¿Qué queda en consecuencia?... ¡Caer sepultados en el abismo de la nada!
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