viernes, 24 de marzo de 2017

EL LASTRE DEL...

                                             EGOCETRISMO 

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Se ha definido el “egocentrismo humano” como motivación fundamental de la inmadurez personal y social. No se diferencia tanto del “egocentrismo infantil” (2-7 años) que J. Piaget definía como “Dificultad para darse cuenta de que el propio punto de vista es uno entre varios”.

Es que el egocentrismo humano (el chente kó o el chente sé) incapacita para empatizar  con los demás. No existen otros beneficiarios además del ególatra, y naturalmente, la autocrítica es siempre rechazada. El que se cree “ombligo del mundo”, con síndrome de “diosecillo”, y por consiguiente, estúpido “narciso”, nunca aceptará ni tan siquiera una delicada corrección fraterna.

Recuerdo haber oído al P. Cantalamessa decir algo así como: “en el fondo de toda egolatría, está en efecto, la autolatría” (el culto de sí mismo, el amor propio, el ponerse a sí mismo en el centro de y en primer lugar del universo, sacrificando  todo lo demás a eso).

Por ello, este tipo de individuo, constituye un lastre importante en la evolución de la democracia. Y por ello mismo, ciertos políticos son como una rueda cuadrada para transitar por nuestra aun embrionaria democracia, surgida, al menos teóricamente, del hundimiento del totalitarismo.

El demócrata moral debe ser Persona, antes que Individuo. Diferencia entre individuo  y persona:
Veamos lo que dice el Dr. Xosé Manuel Domínguez Prieto en la Rev. Acontecimiento Nº 72, p. 19, sobre el  individuo:

Denominamos individuo a la dispersión de la persona en la superficie de su vida y a la complacencia de perderse en ella”. El individuo es dispersión, disolución de la persona en la materia, en la acción, pérdida en lo múltiple e impersonal. Hombre anónimo, sin vocación, sin sentido, sin horizonte, sin familia, sin vínculos personales. Se repliega sobre sí, narcisista. Su actitud básica es la de poseer, reivindicar y acaparar.

En las cosas pone su seguridad. El individuo se pierde en sus roles, en los personajes que representa. Pero, sobre todo, el individuo, separado de todos y de todo, opta por la solución en la soledad: individuo abstracto, buen salvaje y paseante solitario, sin pasado, sin porvenir, sin relaciones”

Por ello, rechaza todo compromiso con aquello que no suponga un beneficio. Por tanto, su propio tipo de vida es antitético a la donación gratuita de sí mismo. Sólo es capaz de afirmarse a sí, excluyendo al otro como persona. El individuo, pues, es el que se inmuniza frente al otro, el que rechaza todo compromiso con lo que no sea su estricto horizonte de interés.

La Persona es “señorío y elección, generosidad”, superación y desprendimiento. Frente a la dispersión del individuo, la persona es dominio de sí, unidad de vida y disponibilidad. El primer deber de la persona no es salvar su persona, sino comprometerla con otros, donarla a otros. La persona, por lo tanto, está naturalmente abierta a la comunidad, que es su “lugar natural”.

Ser persona supone ser generadora de comunidad, ser foco de luz, pues la persona “no se encuentra sino dándose”, mediante un doble dinamismo de  acogida y donación. En ello radica su riqueza, pues “solamente nos encontramos al perdernos; sólo se posee lo que se ama……sólo se posee lo que se da”.

Luego de estas consideraciones, y en puertas de nuevas elecciones de gente que regirá por cinco años los destinos de esta desatinada “democracia”, ¿elegiremos un individuo o una persona para que nos represente?

En nuestras manos está el futuro del país ¡De nosotros dependerá, por tanto, el gobierno que elijamos! No nos quejemos luego de nuestra mísera existencia, por habernos tirado encima, al elegir mal, gobiernos indeseables.

No olvidemos que hay mucha gente y  con tanta prisa por mamar insaciable y vorazmente de las ubres generosas de la comadrona estatal. (Cfr. Revista Acontecimiento Nº 72 – p. 45).


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