¡Producido por los propios condenados!
¿Existe el infierno?. Sí.
¿Quién lo hizo?: ¡Lo hizo cada uno de nosotros! ¿Cómo dijiste?... ¡No puede
ser..!.... Hablar del infierno es zambullirse en una verdad indigesta e
incómoda.
¿Quién no se ha quejado
alguna vez, u oído a otros refunfuñar sobre malas relaciones laborales y
familiares? ¿Quién ha ahorrado descalificativos contra miembros del Congreso
Nacional, del Ejecutivo o del Poder Judicial?. Más de uno habría dicho: estamos
en un infierno….
Cuando las relaciones
humanas no funcionan correctamente, ya se abren las puertas hacia el infierno. Esto sucede cuando
ignoramos o rechazamos, al menos – cuatro principios básicos de la existencia
de ser humano - es decir, de la dignidad humana: Ellos son:
a)
Todos tenemos un mismo origen: Dios. (Nadie vino de otra fuente distinta)
b)
Todos tenemos la misma naturaleza: La misma materia prima. (Nadie
ha sido creado de barro diferente)
c)
Todos tenemos la misma vocación: Ser Feliz. (Nadie nació predestinado
a ser desgraciado)
d)
Todos tenemos un mismo destino: Dios. (Nadie puede, válidamente
presumir lo contrario). Vale decir, que todos somos iguales ante Dios: Desde su
génesis, nadie es superior a otros.
Por eso - dice Luis
González-Carvajal en “Esta es nuestra fe” p. 237”: El infierno es la situación
existencial que resulta del endurecimiento definitivo de una persona en el mal.
Es
una existencia absurda que se ha petrificado en lo absurdo.
Surge entonces la pregunta:
¿Ignoran la existencia del infierno, quienes saquean desde cargos públicos,
secuestran y matan? ¿Ignoran la existencia del infierno, los adúlteros,
rompiendo su familia, y la de otros? ¿Ignoran la existencia del infierno, todos
los que se complacen en el desorden que – ellos - establecieron en la sociedad?
Doy nuevamente la palabra a Luis
González-Carvajal, quien se pregunta: ¿Hay algún hombre suficientemente maduro y
perverso que rechace lúcidamente la salvación?
Esta respuesta la tenemos cada
uno de nosotros. De manera que: El infierno es consecuencia del actuar personal
aquí y ahora. La oferta divina es salvación. Al rehusarla, optamos libremente por
el infierno.
Si el cielo fuera un lugar, sería
inconcebible que Dios excluyese de él a nadie; pero si en un estado de amor, ni
siquiera Dios puede introducir en él a quien se niega a amar. El infierno es, por consiguiente,
no aceptar, por parte del que se ahoga, la mano que se la tiende. (“Esta es nuestra
fe” p. 269).
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