Cada uno de nosotros nacemos del amor de Dios y
de un acto de amor entre un varón y una mujer, y quien nació del amor, sin amor
no vive. Vida sin amor no es vida, nos ha dicho una y otra vez el recordado
Hermano Roger Texier.
Esencialmente social, todo hombre procura
relacionarse con los otros. Se siente feliz cuando es amado. La experiencia nos
enseña que las relaciones humanas en familia, transcurren normales, felices,
cuando procuramos convivir de manera amable. ¡Vivir, todos vivimos. Convivir, no
todos lo sabemos!.
Como todos los miembros de una familia son seres
humanos, y como todos los seres humanos, muchas veces yerran en el convivir de
manera amable, implica la necesidad de perdonarnos los unos a los otros. Perdón
es amor, cuando perdonamos mostramos amor y el que ama también sabe perdonar.
El perdón y el amor no se separan. El amor es gratuito como gratuito es el
perdón, nos enseña el Registro Bíblico.
Dios es AMOR, ES PERDON, ES VIDA. El Maestro Jesús, en
la oración del Padrenuestro, nos enseña al rezar: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han
ofendido”. El perdón es la otra cara del amor. Es claro que el perdón
también depende de la gracia de Dios; pero quien reza, con amor en su corazón,
alcanza la gracia de perdonar y de ser perdonado.
Cuando el papá, la mamá y los hijos saben
convivir de manera amable la vida se vuelve mucho mejor. La convivencia en un
clima de amor hace agradable todos los momentos de la vida en común, convivir
así es dialogar, es trabajar, es saber jugar y descansar, orar en espíritu de
unión y de amor.
Todo esto resulta en relaciones humanas
agradables en la familia, en relaciones humanas revestidas de amor y felicidad,
y hace que el egoísmo desaparezca dando lugar a la alegría de vivir. Cuando la
familia reza unida, tal vez dándose las manos alrededor de la mesa, formando
una corriente de oración se crea, invisiblemente, una cadena de unión, de ahí
el dicho; “la familia que reza unida, permanece unida”.
Todo esto parece muy poético, es verdad. Además,
¿quién ignora que es así?. Y podría agregarse: “Jaikuá voí ningó”. Pero,
muy curiosamente, decimos que queremos paz, y nos peleamos; exigimos respeto de
los demás, pero avasallamos derechos de otros; decimos querer ser felices, pero
hacemos todo para no serlo, es decir, ¿por qué hacemos exactamente todo lo
contrario de eso que decimos saber y
que nos provoca malestar?
La paz familiar no depende de si hace calor o
frío, ni de conductas tilingas del gobierno, ni del resultado de un partido de
fútbol. Depende única y exclusivamente de todos y cada uno de sus miembros,
papá, mamá e hijos que la familia ya no sea tan fácilmente pulverizada, como
lamentablemente se da hoy.
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