Para pensar un poquito…
Hay momentos en que ponemos en duda el
sentido de nuestra vida. Sean estos por variados motivos. Entre ellos, la
fatiga por el desánimo que nos envuelve ciertos deseos insatisfechos. Y no
pocos han manifestado querer “abandonarlo todo”. Algunos, trágicamente, han
optado por el suicidio.
Quizá una razón haya sido entusiasmarse
en demasía con proyectos, como obtener un título universitario, por ejemplo. Pero
ello requiere perservar en el aburrido transitar por el esfuerzo de la
dedicación al estudio. Perseverar es más difícil que soñar.
Pero la vida real es mucha rutina, repetición. El día a día no siempre es
bonito y agradable; también es monótono y cansino.
Normalmente, esta fatiga llega al pasar
la segunda edad, cuando las fuerzas biológicas comienzan a decaer. Por eso se
habla de crisis de la “mediana edad”. Esta etapa afecta a matrimonios bien
constituidos, como a vocaciones religiosas. Lo mismo ocurre con muchos profesionales
convencidos de la carrera que han elegido, con cariño y firmeza.
Es que con el tiempo, lo ideal
da paso a lo real, pues lo real es
aceptarse tal cual uno es y tiene, aunque no haya logrado lo que quería
ser
o tener.
En la bella etapa juvenil, este planteamiento, no es frecuente y por
consiguiente, no es molestoso.
En puertas de la tercera edad se
manifiestan límites, precariedades de medios, salud deteriorada y demás
etcéteras, propios de un proceso que declina. En este momento se produce una “crisis
de sentido” de la vida y surgen preguntas que no siempre tienen respuestas, al
menos la que quisiéramos. Es frecuente preguntarse: “qué es la vida, qué sentido
tiene todo esto?. Y no pocos consideran el momento de tirarlo todo por la
ventana.
Lo que debemos hacer es reinventar una nueva etapa, cargada de
conocimientos y experiencias que puedan orientar a ver la vida y valorarla
desde otra perspectiva. Tal vez sea prudente olvidar los cantos de sirena del relativismo, del hedonismo sin frenos, de la
vida superficial. Vivir muchos años es regalo.
Así las cosas, ¿por qué no desechar lo que nos disgusta y, en cambio, disfrutar
de tantas bendiciones recibidas?.
Disfrutar de la compañía del cónyuge, de
los hijos, de los amigos y de tantos presentes que la vida nos ha brindado. Y
sobre todo, pensar seriamente que el corto tiempo de vida terrenal,
paradójicamente, debemos utilizar para asegurar nuestra felicidad eterna.
Entonces esta crisis pasajera, será eso,
pasajera. La esperanza de un mundo
mejor y para siempre, ha de ser el faro que alumbre nuestro destino final.
Sería útil meditar sobre aquellos versos de Lope de Vega:
“Píensalo Bien. Yo, ¿para qué nací?
Para salvarme. Que tengo que morir es infalible.
Triste cosa será, pero posible.
¡Posible! ¿Y río, duermo y quiero relajarme?
¡Posible! ¿Qué hago?, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me
encanto?
Loco debo ser, pues qué hago por ser santo?”
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