viernes, 16 de septiembre de 2011

LA RUINA DE LA FAMILIA

                             ¿Qué familia...  la tradicional o la posmoderna?

En este núcleo social se diseña la procreación de la vida y de los grandes valores. Porque la familia es la primera escuela donde aprendemos a pensar, a educarnos y, es el primer templo donde aprendemos a orar. ¡Bonita expresión si sólo permanece en el mundo de las ideas!
Pero, ¿qué es hoy la familia? ¿Conjunto de personas que viven bajo un techo? La familia  es constituida por un grupo de personas que provienen de una misma sangre, de un mismo linaje, de una misma casa; especialmente, papá, mamá e hijos, unidos por el sacramento del matrimonio.
Y es desde una “familia quebrada” donde surge y se aviva con fuerza el desorden establecido.  Proliferan motochorros, drogadicción por doquier, refinada prostitución, corruptor y corruptores. Por diversas razones los padres ya no ejercen el rol de educar a sus hijos.
Los derechos y obligaciones de los padres como educadores, no pueden limitarse sólo al propio hogar. Se extiende a las calles, a las canchas de deportes, a la plaza, en fin, fuera de los muros de la casa. No olvidemos que: “Explicamos lo que sabemos, pero enseñamos lo que somos”. Los niños “leen” nuestra conducta.
A los padres nos compete por derecho propio, la facultad de ser legisladores de nuestros propios hijos y rectores de todo aquello que tenga vinculación con la formación cultural, social y ética, moralizando por ejemplo, los espectáculos públicos, horarios de llegada a casa, consumo de bebidas alcohólicas a menores  en la vía pública.  A los padres nos compete que nuestros hijos no formen parte de la indeseable fauna de “inadaptados sociales”.
El mejor servicio que los padres podemos prestar a la humanidad es la buena educación de nuestros hijos. Es irresponsabilidad dejar la educación en manos de la  catequesis y escuelas. Los padres tenemos la obligación de saber que sólo el mal procede instantáneamente en el interior del hombre, mientras que el bien, exige trabajo e intensa dedicación.
De la educación dependerá el carácter moral del hombre del mañana. El hombre es hombre por educación, más que por nacimiento, decía aquel profesor.  Los padres no debemos limitar la educación de nuestros hijos sólo a que se contenten con manejar la computadora, y traer buena calificación escolar; ni con formas de cortesía para que se desenvuelvan holgadamente en el mundo.
Debemos persuadirnos de que: “Si el hombre es lo que come, su educación es un problema de comida; más si estamos convencidos de que el hombre es lo que conoce y ama, lo que desea y persigue, entonces su educación es un problema de alimentación del espíritu. Por consiguiente, los padres debemos moldear con paciencia, desinterés, celo y fe la educación de nuestros hijos. ¡Seamos verdaderos padres!

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