jueves, 26 de mayo de 2011

CRISIS FAMILIAR

Urgencia de cambio personal                        

Al decir del P. Michelle Chiappo, esconder o cambiar la doctrina sobre temas tan delicados como el amor, la sexualidad, el matrimonio y la familia, sería una traición a quienes oyen una prédica.

 Ya el Papa Benedicto XVI ha denunciado como “una prostitución de la palabra los discursos hechos para encontrar los aplausos y el consenso”  Es decir, hablar para obedecer a la “dictadura de la opinión común” y no a la obediencia de la verdad, es una prostitución de la palabra y del alma.

Se puede estar en desacuerdo en ciertas cuestiones de la vida, pero a un cristiano no le es lícito cambiar la estructura del matrimonio determinada por una ley divina. No se puede construir una familia de otra manera. Hoy se habla de formar familias compuesta por homosexuales (varones y mujeres); algún estupor nos provoca...¿pero?.. y.. nada más.

Donde falta la familia, la educación se hace trágica. La tarea de los padres es mucho más que darles comida, ropa y enviarlos a la escuela. Los hijos no son sólo estómago o carne. Los hijos deben conocer en casa qué no deben hacer, ni tener todo lo que quieren, sino lo que deben.

La hipocresía y otros males comienzan en la familia, cuando en ésta, se dicen tantas cosas y no se cumplen. Educar es dar ejemplo. Los valores morales no se pueden trasmitir simplemente con discursos.

Hoy se repite hasta el hartazgo la palabra cambio, como si éste tuviera un poder mágico. Se espera que el cambio venga de otros: Del Presidente, del Gobierno o de una nueva situación político-social. Esta es una mentalidad averiada: si estamos dependiendo de otros para cambiar, es porque no somos libres. Y para cambiar no es necesario esperar que los demás primero cambien.

Para amar a mi hijo no debo esperar que cambie el Gobierno. Para ser fiel a mi esposa no debo esperar el cambio de otros; para trabajar y cumplir con mis obligaciones, no debo esperar la revolución social-económico-cultural del país. Para dejar de emborracharme y llevar una vida de “perro”, no debo esperar “el Paraguay que soñamos”. Para no embarazar a una muchachita, no debo esperar que la Virgencita de Caacupé haga un milagro. Para tener un patio limpio, no debo esperar que los demás limpien el suyo.

Si los padres somos coherentes y nuestros hijos son “miembros vivos” de la familia, compartiendo las alegrías, las preocupaciones, los trabajos, los proyectos de los padres, probablemente, no considerarán su casa un hotel barato, donde pueden comer sin pagar, mandar lavar su ropa, salir y entrar a cualquier hora. O incluso, como refugio donde volver después de un irresponsable embarazo, descargando niños para que los padres los críen.

Finalmente, los padres no nos santificamos por ser catequistas, sino por cumplir los deberes. No podemos interesarnos por los hijos de los demás si descuidamos a los nuestros. Si no empezamos por las personas más cercanas, ¿no estamos huyendo de nuestras propias responsabilidades?

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