He Aquí al Hombre…
Mientras torturaban a Jesús con las
trágicas escenas de la Coronación de espinas, allá en la plaza la turba de
judíos no cesaba de aullar como jauría de perros rabiosos. Pilato mandó traer
al divino Reo, y cuando lo vio, invadióle un profundo horror. Tuvo miedo,
gritaba su conciencia contra él, por haber injustamente sometido a tormentos
dolorosísimo al Galileo, cuya inocencia, repetidas veces, había reconocido.
El cuerpo de
Jesús sembrado de llagas sangrantes, no tenía parte sana. Sus gemidos, sus
ansias, sus dolores le habían causado inmensa postración. La fiebre lo
atenazaba, el frío le hacía tiritar, y las fuerzas que le abandonaban, lo convertían
en un ser inerte, despedazado por los golpes, una esponja ensangrentada…. temblaba.