REFLEXIÓN CUARESMAL
Luego de aquel fatal
error gastronómico acaecido en el edén – dirá Luis González-Carvajal en "Esta es nuestra fe" p. 20- los hombres
vivimos buscando la felicidad donde no está. Por
eso, Jesús subió al monte y habló a la gente sobre las Bienaventuranzas, enseñando
que la felicidad no está en el tener, poder, dominar o permanecer en la “cresta
de las olas”, sino en amar y ser amado.
Las bienaventuranzas, leemos
en San Mateo
5, 3-12:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque
de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos
poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos
serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os
injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por
mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los
cielos”.
En referencia a los pobres
de espíritu, dice el maestro Carlos Díaz
en “El hombre, animal no fijado” p.194: La bienaventuranza evangélica va mucho
más allá del dinero. Los realmente pobres de los que Jesús habla son los que no
se detienen en la idolatría de las riquezas, los que no confían en el dinero ni
en los demás hombres ni en sí mismos; los que viven abiertos a él y a su
palabra.
Pobres son los que han
elegido la libertad de no estar encadenados a nada de este mundo, ni siquiera a
sí mismo, ni a sus ambiciones ni a sus orgullos. La miseria obligada es
esclavitud, pero esta pobreza libre que Jesús pregona es liberación.
La pobreza forzosa es
carencia, vacío; la pobreza de Jesús es plenitud, es apertura hacia el todo. Él
no pide renuncia a la riqueza por la riqueza. Lo que pide es plenitud de Dios, y renuncia a todo aquello
que, en la riqueza, aparta de Dios, es decir, casi todo lo que la riqueza tiene
de riqueza.
El día que Nuestro
Señor enseñó las Bienaventuranzas, firmó
su propia sentencia de muerte: no puede predicarse algo tan contrario a la
sabiduría de este mundo sin que el mundo a cabe vengándose y llevándose al
predicador a la muerte.
Porque decir las cosas
que dijo, es el mejor camino para crearse enemigos. La crucifixión no puede
estar lejos de quien se atreva a decir: ¡ay de vosotros los ricos…!
El mundo no necesita de
cristianos vulgares, preocupados por almohadas cervicales, estética corporal o
maquillajes. Tampoco de un eslogan: “da a cada uno lo suyo”. Necesita que el
evangelio deje de ser un libro que deja frio al propio lector, indiferente como
un entierro.
Lo urgente y necesario es que ya no
traicionemos el Evangelio con rebajitas del tipo” “así noma siempre se hizo”, “No es
ko para tanto”, “nohotro koo así nomá loo somo” y en tono más académico:
“lo mejor es enemigo de lo bueno”, entendiendo por tal sentencia, que al pretender la excelencia, dejemos de
lado la eficiencia, etc.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario