sábado, 8 de abril de 2017

¡LA VERDADERA FELICIDAD!

REFLEXIÓN  CUARESMAL 

Luego de aquel fatal error gastronómico acaecido en el edén – dirá Luis González-Carvajal en "Esta es nuestra fe" p. 20- los hombres vivimos buscando la felicidad donde no está. Por eso, Jesús subió al monte y habló a la gente sobre las Bienaventuranzas, enseñando que la felicidad no está en el tener, poder, dominar o permanecer en la “cresta de las olas”, sino en amar y ser amado.

Las bienaventuranzas, leemos en San Mateo 5, 3-12

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos”.

En referencia a los pobres de espíritu, dice el maestro Carlos Díaz en “El hombre, animal no fijado” p.194: La bienaventuranza evangélica va mucho más allá del dinero. Los realmente pobres de los que Jesús habla son los que no se detienen en la idolatría de las riquezas, los que no confían en el dinero ni en los demás hombres ni en sí mismos; los que viven abiertos a él y a su palabra.

Pobres son los que han elegido la libertad de no estar encadenados a nada de este mundo, ni siquiera a sí mismo, ni a sus ambiciones ni a sus orgullos. La miseria obligada es esclavitud, pero esta pobreza libre que Jesús pregona es liberación.

La pobreza forzosa es carencia, vacío; la pobreza de Jesús es plenitud, es apertura hacia el todo. Él no pide renuncia a la riqueza por la riqueza. Lo que pide es  plenitud de Dios, y renuncia a todo aquello que, en la riqueza, aparta de Dios, es decir, casi todo lo que la riqueza tiene de riqueza.

El día que Nuestro Señor  enseñó las Bienaventuranzas, firmó su propia sentencia de muerte: no puede predicarse algo tan contrario a la sabiduría de este mundo sin que el mundo a cabe vengándose y llevándose al predicador a la muerte.

Porque decir las cosas que dijo, es el mejor camino para crearse enemigos. La crucifixión no puede estar lejos de quien se atreva a decir: ¡ay de vosotros los ricos…!

El mundo no necesita de cristianos vulgares, preocupados por almohadas cervicales, estética corporal o maquillajes. Tampoco de un eslogan: “da a cada uno lo suyo”. Necesita que el evangelio deje de ser un libro que deja frio al propio lector, indiferente como un entierro.

Lo urgente y necesario es que ya no traicionemos el Evangelio con rebajitas del tipo” “así noma siempre se hizo”, “No es ko para tanto”, “nohotro koo así nomá loo somo” y en tono más académico: “lo mejor es enemigo de lo bueno”, entendiendo por tal sentencia, que al pretender la excelencia, dejemos de lado la eficiencia, etc. 


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