domingo, 23 de abril de 2017

¡DUEÑOS DE NUESTRO CUERPO!…

¿LO  SOMOS?

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Se atribuye a un poeta griego, casi cuatrocientos años antes de Cristo, haber dicho: “El cuerpo es una aflicción del alma; es su infierno, es su fatalidad, su carga, su necesidad, su pesada cadena, su castigo atormentador”, y otro filósofo afirmaba de sí mismo, cuatro siglos después: “Soy una pobre alma encadenada a un cadáver”.

Dice un comentario: Hoy, la minusvaloración ha cedido lugar a la hipervaloración o mitificación del cuerpo. Se está viviendo un verdadero culto al cuerpo. La “carne” no es ya cárcel del alma, no hay que castigarla ni humillarla… ¡ha sufrido una metamorfosis increíble, la carne reina soberana sin medidas ni barreras!.

La obsesión por el cuerpo perfecto (silueta, dieta, estética, chequeos médicos, eliminación de arrugas, masaje, abultamiento de lolas y otras partes de la anatomía, evidencian somatolatría, en procura de la huidiza e inalcanzable “eterna juventud”.

De la prohibición puritana hacia todo lo erótico, se atravesó raudamente al amor libre (vulgo, perreo) y al hedonismo sexual sin límites. En otras palabras, hemos regresado a los antiguos tiempos de Sodoma y Gomorra. La carne ha asesinado a su espíritu y los cuerpos viven errantes, solitarios y perdidos. El espíritu ha vacacionado largamente.

Entonces, aparece la señora “moda” ordenando a su bufón, el cuerpo, tatuaje, mutilación de sus miembros mediante uso de aros, aretes, argollas o alambres, incluso en partes íntimas.

Afirma M. Montiu de Nuix, doctor en filosofía, sacerdote y matemático: “De las expresiones “mi cuerpo es mío” o “mis ovarios son mis ovarios”, por significar sólo la identidad “mi=mi”, al igual que de la frase simple “la fea es la fea”, nada nuevo puede nacer. Esas frases no son pues, de por sí, otra cosa que expresiones meramente estériles, impotentes, poco favorecidas.  

Mi querer no tiene entonces limitación alguna: ni limitación física, ni geográfica, ni temporal, ni ética, ni humanitaria. Puedo entonces hacer lo que quiera. Al no tener limitaciones éticas ni de otro tipo, puedo, si quiero, con mi cuerpo, con una patada, por ejemplo, o con un objeto punzante, causar la muerte de otro. No tengo entonces porque usar bien de mi cuerpo, puedo usarlo tan mal como quiera.

Subyace aquí que si algo es mío, puedo hacer lo que quiera con ello. Si puedo hacer lo que quiera, tengo una libertad absoluta, ilimitada, infinita. Mi querer no tiene entonces limitación alguna: ni limitación física, ni temporal, ni ética, ni humanitaria.

En realidad, con mucha frecuencia, quiénes así arguyen son sólo abortistas disfrazadas y, por consiguiente, con la frase “hago lo que quiero” lo único que para sí mismas entienden es “quiero suprimir el feto, parte de mi cuerpo”, luego, abortar será irrelevante.

Por otra parte, los libertinos dicen que la relación sexual no es sino satisfacción de un apetito natural tan lícito como comer o beber. Si uno puede cambiar de comida cuando quiere ¿por qué no puede tener sexo con quien quiere y cuantas veces quiera?

Comer y beber – incluso en exceso - es potestad de cada quien. Pero San Pablo refuta estas falacias (1ª Cor. 15-44). Dios ha destinado los alimentos, las bebidas y el sexo para que el ser humano los use prudentemente. Sin embargo, este uso puede ser lícito, acertado o equivocado.

Comer cuando se tiene hambre es lícito y además, necesario. Pero la gula es un pecado. Beber moderadamente, es lícito – recordemos que Jesús también bebió – pero la borrachera es un pecado. La relación sexual entre esposos es lícito, y adecuado; pero el adulterio, la fornicación y la promiscuidad, son pecados.

En (1ª de Cor. 6-13) San Pablo insiste: “La comida es para el estómago…pero el cuerpo no es para la libertad sexual, sino para el Señor y el Señor para el cuerpo”. El fornicario y adúltero, además de ser infiel a su cónyuge, es también infiel a Jesucristo, porque profana el ¡Templo del Espíritu Santo! <.¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo?> (1ª Cor. 6-19)


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