¿LO SOMOS?
Se atribuye a un poeta griego, casi cuatrocientos años antes de Cristo, haber dicho: “El cuerpo es una aflicción del alma; es su infierno, es su fatalidad, su carga, su necesidad, su pesada cadena, su castigo atormentador”, y otro filósofo afirmaba de sí mismo, cuatro siglos después: “Soy una pobre alma encadenada a un cadáver”.
Dice un comentario: Hoy, la minusvaloración ha cedido lugar a la
hipervaloración o mitificación del cuerpo. Se está viviendo un verdadero culto
al cuerpo. La “carne” no es ya cárcel del alma, no hay que castigarla ni
humillarla… ¡ha sufrido una metamorfosis increíble, la carne reina soberana sin
medidas ni barreras!.
La obsesión por el cuerpo perfecto (silueta, dieta, estética, chequeos
médicos, eliminación de arrugas, masaje, abultamiento de lolas y otras partes
de la anatomía, evidencian somatolatría, en procura de la huidiza
e inalcanzable “eterna juventud”.
De la prohibición puritana hacia todo lo erótico, se atravesó
raudamente al amor libre (vulgo, perreo) y al hedonismo sexual sin límites. En
otras palabras, hemos regresado a los antiguos tiempos de Sodoma y Gomorra. La
carne ha asesinado a su espíritu y los cuerpos viven errantes, solitarios y
perdidos. El espíritu ha vacacionado largamente.
Entonces, aparece la señora “moda” ordenando a su bufón, el cuerpo,
tatuaje, mutilación de sus miembros mediante uso de aros, aretes, argollas o
alambres, incluso en partes íntimas.
Afirma M. Montiu de Nuix, doctor en filosofía, sacerdote y
matemático: “De las expresiones “mi cuerpo es mío” o “mis ovarios son mis
ovarios”, por significar sólo la identidad “mi=mi”, al igual que de la frase
simple “la fea es la fea”, nada nuevo puede nacer. Esas frases no son pues, de
por sí, otra cosa que expresiones meramente estériles, impotentes, poco
favorecidas.
Mi querer no tiene entonces limitación
alguna: ni limitación física, ni geográfica, ni temporal, ni ética, ni
humanitaria. Puedo entonces hacer lo que quiera. Al no tener limitaciones
éticas ni de otro tipo, puedo, si quiero, con mi cuerpo, con una patada, por
ejemplo, o con un objeto punzante, causar la muerte de otro. No tengo entonces
porque usar bien de mi cuerpo, puedo usarlo tan mal como quiera.
Subyace aquí que si algo es mío, puedo
hacer lo que quiera con ello. Si puedo hacer lo que quiera, tengo una libertad
absoluta, ilimitada, infinita. Mi querer no tiene entonces limitación alguna:
ni limitación física, ni temporal, ni ética, ni humanitaria.
En
realidad, con mucha frecuencia, quiénes así arguyen son sólo abortistas
disfrazadas y, por consiguiente, con la frase “hago lo que quiero” lo único que
para sí mismas entienden es “quiero suprimir el feto, parte de mi cuerpo”,
luego, abortar será irrelevante.
Por otra parte, los libertinos dicen que la relación sexual no es
sino satisfacción de un apetito natural tan lícito como comer o beber. Si uno
puede cambiar de comida cuando quiere ¿por qué no puede tener sexo con quien
quiere y cuantas veces quiera?
Comer y beber – incluso en exceso - es potestad de cada quien. Pero
San Pablo refuta estas falacias (1ª Cor. 15-44). Dios ha destinado los
alimentos, las bebidas y el sexo para que el ser humano los use prudentemente.
Sin embargo, este uso puede ser lícito, acertado o equivocado.
Comer cuando se tiene hambre es lícito y además, necesario. Pero la
gula es un pecado. Beber moderadamente, es lícito – recordemos que Jesús
también bebió – pero la borrachera es un pecado. La relación sexual entre
esposos es lícito, y adecuado; pero el adulterio, la fornicación y la
promiscuidad, son pecados.
En (1ª de Cor. 6-13) San Pablo insiste: “La comida es para el
estómago…pero el cuerpo no es para la libertad sexual, sino para el Señor y el
Señor para el cuerpo”. El fornicario y adúltero, además de ser infiel a su
cónyuge, es también infiel a Jesucristo, porque profana el ¡Templo del Espíritu
Santo! <.¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo?> (1ª Cor.
6-19)
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