miércoles, 12 de abril de 2017

EL TRABAJO HUMANO DEL

 AUTÉNTICO LÍDER CRISTIANO    (FIN)

El apóstol san Pablo ya nos advierte: No nos estamos enfrentando a fuerzas humanas, sino a los poderes y autoridades de este mundo que gobiernan con fuerzas oscuras, los espíritus malos, de las regiones celestes.” (cfr. Efesios 6:12).

En el libro de Génesis vemos que, Satanás tentó al hombre y a la mujer en tres áreas: Los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida. Si Jesús fue tentado, ¡cuánto más nosotros!
Escribe Gustavo Masutti Llach: “Tal  vez el más extendido de los complejos psicológicos sea el de Narciso, se calcula que afecta a una de cada cinco personas y toma el nombre del mito del joven enamorado de sí mismo, incapaz de amar a los demás. Este fenómeno conduce en la edad adulta a una sexualidad inmadura, a una tendencia a marginar al resto y a considerarse centro de la escena…
Un ejemplo: "El hombre se había subido a la azotea del edificio más alto de la ciudad. Saltó a la cornisa y se sentó tranquilo a mirar para abajo (…) la gente que pasaba comenzó a asustarse y en pocos minutos se había juntado una multitud. Uno de ellos llamó a la policía y a los bomberos.

Pronto, los agentes del orden llegaron hasta el techo del edificio y comenzaron a hablarle para que no saltara al vacío. “¿Suicidarme, yo?” Alcanzó a preguntar antes de que dos bomberos se le tiraran encima y lo arrastran por la fuerza hasta un lugar seguro. Si no quería matarse ¿qué estaba haciendo? Simple –contestó el narcisista. Estaba mirando cómo se veía la ciudad sin mí”.

La tentación del estrellato. Un servicio que acepto voluntariamente, no me da derecho a hacer las cosas a mi manera, porque vivimos en comunidad y dependemos unos de otros. Jesús fue tentado para hacer algo grandioso, espectacular: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Sus ángeles te sostendrán en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras”.

Pero el Maestro no vino a mostrarse como superman para exhibir al mundo su gran valor. Solo dijo: “No tentarás al Señor tu Dios”. (Mt 4,1-11)

La ambición de ser ídolo-estrella es tan común en nuestra sociedad competitiva y consumista… lamentablemente, también es un sentimiento extendido en la Iglesia. Allí la imagen dominante de no pocos terrícolas es materia a considerar seriamente. Vemos en nuestra Iglesia hoy, predominio del individualismo egocéntrico entre laicos servidores y sacerdotes... ¿Seré yo uno de ellos?

Muchas conductas que reprochamos en nuestros políticos, dirigentes partidarios y autoridades, ¿no podrían sernos imputados a ministros extraordinarios de la comunión, catequistas, dirigentes de grupos, comunidades y movimientos en el servicio parroquial, diocesano o nacional?.  

Jesús pidió a Pedro cuidar su rebaño, no como un "profesional" que conoce los problemas de sus clientes y los resuelve, sino como un hermano vulnerable que conoce y es conocido, que cuida y recibe cuidado, que perdona y es perdonado, que ama y es amado, afirma aquel predicador y agrega:

Confiar en que Cristo me guiará. Esta es la cualidad más importante del servidor-dirigente. No es un liderazgo de poder y dominio, sino una dirigencia franca y humilde, a través del cual el siervo sufridor, Jesucristo, se manifiesta. Es decir, ¡Yo líder… me dejo  liderar por Aquel!

La humildad en el trabajo pastoral no debilita a la persona, El humilde es alguien apegado a Jesús y se dispone a seguirlo. Por eso, donde quiera que sirvamos juntos, es más fácil que los otros reconozcan que nada hacemos en nombre propio, sino en el nombre del Señor Jesús que nos envió. El servidor militante, además, ha de ser radicalmente pobre, viajando sin nada, "ni pan, ni dinero… sino que calzasen sandalias y una sola túnica", (cfr. Mc. 6:8).

Sobre la pobreza. Afirma C. Díaz en “El hombre, animal no fijado p. 194: La bienaventuranza evangélica va mucho más allá del dinero. Los realmente pobres de los que Jesús habla, son los que no se detienen en la idolatría de las riquezas, los que no confían en el dinero ni en los demás hombres ni en sí mismos; los que viven abiertos a él y a su palabra.

Pobres son los que han elegido la libertad de no estar encadenados a nada de este mundo, ni siquiera a sí mismos, ni a sus ambiciones ni a sus orgullos. La miseria obligada es esclavitud, pero esta pobreza libre que Jesús pregona es liberación.

La pobreza forzosa es carencia, vacío; la pobreza de Jesús es plenitud, es apertura hacia el todo. Él no pide renuncia a la riqueza por la riqueza. Lo que pide es plenitud de Dios, y renuncia a todo aquello que, en la riqueza, aparta de Dios, es decir, casi todo lo que la riqueza tiene de riqueza.

El día que Nuestro Señor enseñó las Bienaventuranzas, firmó su propia sentencia de muerte: no puede predicarse algo tan contrario a la sabiduría de este mundo sin que el mundo acabe vengándose y llevándose al predicador a la muerte. Porque decir las cosas que dijo, es el mejor camino para crearse enemigos. La crucifixión no puede estar lejos de quien se atreva a decir: ¡ay de vosotros los ricos!

El mundo no necesita de cristianillos, preocupados por almohadas cervicales, estética corporal o maquillajes. Tampoco de un eslogan: “da a cada uno lo suyo”. Sí, necesita que el evangelio deje de ser un libro que deja frío al propio lector, indiferente, como extraño en algún entierro cualquiera. Necesario y urgente es no traicionar el Evangelio con rebajitas del tipo” lo mejor es enemigo de lo bueno”, “siempre noma loo se hizo así”, “No es ko para tanto”, etc.










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