Somos terrícolas dotados de
inteligencia que nos diferencia de los parientes animales (no racionales). Y,
por consiguiente, nos consideramos una fauna de elevada dignidad.
Luego, sólo quien piensa, transforma la materia ya existente, construyendo lo que antes no existía: automóviles, aviones…etc. Entonces y gracias al hombre, surgió en el mundo una rara, (aunque muchas veces, contradictoria y defectuosa) flor: el derecho.
Y así, unimos a nuestra vida-ñane rekove un deseo siempre exigente: sólo derechos. Derechos a la tierra propia, a subsidios, a la salud, a morir y matar, derecho a invadir lo que sea, derecho a cualquier desorden (mbarete-pokarê) que se nos ocurra.
Pero, hace falta poner freno a esta prepotencia. “Ya no derechos sin deberes, ni deberes, sin derechos. Los derechos humanos son también deberes humanos. Tengo el deber de trabajar por los derechos humanos para luego disfrutarlos...
Como inhumano, sólo el placer de disfrutarlos. Entonces, elijamos ya, entre vivir como humano humanizando, o disfrutar como “inhumano parasitando”, dice Carlos Díaz en su libro “Apología de la fe inteligente” p. 219.
El terrícola emplea bien su libertad cuando cumple con su deber. El deber es la obligación de hacer o de no hacer algo. El deber es todo aquello a que, el hombre se siente obligado a cumplir por la ley moral o por las leyes civiles.
Aquí la pregunta: ¿Es un derecho -ñande estiloitépe- estacionar vehículos en la vereda o usarla como taller, lavandería, chapería, bar, venta de mercaderías, etc., en perjuicio de los peatones a quienes sí se aplastan sus derechos?
¿Es derecho de prepotentes molestar a vecinos con polución sonora, noche y madrugada, una y otra vez? ¿Es derecho violar normas y leyes con total impunidad? Al parecer, “Cumplir y hacer cumplir las Leyes”, es mera fórmula simbólica y hueca.
Ante las autoridades -salvo excepciones- se cometen todo tipo de violaciones: exposición al peligro en el tránsito, beber en la vía pública, montar una motocicleta con roncadores, sin chapa, ni luces ni casco protector y con más de un acompañante, etc… y ¡nada pasa!
Otras vicios tan nuestros-ñane mba'e: Arrojar basura a la calle, conducir con un niño en el regazo, entre otras perlas…y no pasa absolutamente nada. Este caos se vive y sufre aquí, allá. ¿Qué pasa con el juramento de cumplir y hacer cumplir las normas?
Y no faltará el patriotero que con harta ignorancia aullará: “Paraguay pe ko ñaime”. Lo indigno es que este "ejemplar" -al cruzar la frontera- se volverá respetuoso cumplidor de las leyes. Entonces… ¿qué calificativo merece este engendro?
Sócrates bebió la cicuta acusado de impiedad al criticar vicios de los dioses y de querer corromper la inteligencia de la juventud.
¿No deberían hacer lo mismo con los infractores y con los encargados de hacerlas cumplir? Si decimos honrar y amar a nuestro país, hagamos lo correcto, pues tenemos derechos… sí señor… pero también tenemos obligaciones. ¡Nei … ta upéichaite!
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