Es fácil notar que amistad y complicidad no son sinónimos. No obstante, en lo cotidiano-ñane rekovepe, tal diferencia pasa muchas veces desapercibida o sencillamente, da igual, o nada importa.
Si dos o más terrícolas se ponen de acuerdo para hacer algo bueno, decimos que son amigos. Pero, si es para robar o estafar, son coautores, secuaces, cómplices. Amistad es afecto cálido, confianza, simpatía, pero… estos mismos sentimientos pueden darse también entre los hacedores del mal o cómplices.
La diferencia entre amigo y cómplice es que, el amigo desea lo bueno, lo mejor; en cambio, el cómplice, es según Aristóteles, “amigo por accidente”, porque sólo le interesa la ayuda que el “socio” le brinda: placer, lucro, compañía, vagancia, ventajas, etc.
“Si requieres de mí, maña, técnica, habilidad para lograr tus objetivos deshonestamente-Pokarẽ, hablamos de complicidad, no de amistad”. No es amigo quien siempre aprueba mis malas acciones. No es amigo quien calla ante alguna injusticia o un robo que cometo… será cómplice, no amigo”.
Atribuyen a Santo Tomás la frase: “El verdadero amigo es como otro yo”. Obviamente, quien siente hacia otros… empatía, deseos de ayudar, dolor con la desgracia ajena, eso es amistad y cercanía. La amistad, es un bien humano y, como tal, se dona en la acción en favor del prójimo.
Jesús, habló sobre la amistad y su valor (Jn15:12-17): “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando”.
“Algunas amistades se rompen fácilmente, pero hay amigos más fieles que un hermano” (Prov. 18-24)
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