viernes, 26 de febrero de 2021

NO SOMOS RESPONSABLES...

 ¡De las conductas ajenas!

 
En este mundo “feliz”…para muchos y “desquiciado” para quienes se dicen “cuerdos”,  hay gente responsable, como también, harto irresponsable. 

Una expresión dice: “Responsabilidad es la virtud habitual de asumir las consecuencias de las propias acciones, respondiendo de ellas ante alguien”. 

Verdad es que todo lo que hacemos afecta a terceros, en algún grado. Si un “mono con pantalones” -con las debidas disculpas al primo gorila- quema basura en un patio baldío, provoca incendio y contamina el aire… es responsable de tal delito. 

Además, es responsable el político mbareté-pokaré, que promete progreso y democracia, cuando...cada vez más nos hunde en la desgracia. Lo mismo ocurre cuando el “borracho”, al mando del volante, mata.

No somos responsables por lo que otros piensan o hacen por cuenta propia, asumiendo riesgos; sus problemas; palabras, acciones, conductas... así sean nuestros hijos, si son mayores de edad. 

No significa que no hemos de solidarizarnos, sentir y sufrir con ellos las consecuencias. Claro está que ayudaremos, haciendo todo por llegar a un final mejor. Nos solidarizamos con su desgracia. Pero, no cargamos con la culpa. 

No somos responsables de las malas acciones: asesinato, robo, delincuencia…etc. propias de gente tóxica y despreciable. En todo caso, soportamos las maledicencias que la sociedad, nos endosen. Pero, responsables…no somos. 

Decía aquel profesor: La palabra responsabilidad de raíz latina “responsum”, significa “habilidad para responder”. Luego, al hablar de responsabilidad para con otros, no es sino, la capacidad de responder. 

Responder ante lo que se presenta, lo que necesitamos hacer o completar, y todo aquello en lo que estamos directamente involucrados. 

El ser responsable tiene dos beneficios: 1º. Hace más honestos, genera confianza y credibilidad; 2º. Hace más independiente, porque se asumen las consecuencias de los actos, orientando a mejores decisiones y libertad individual. 

El Catecismo de la Iglesia Católica dice: Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Estas obligaciones serán asumidas en una relación de confianza con sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente… 

Los padres no presionarán a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge. Esta indispensable prudencia no impide, sino al contrario, ayudar a los hijos con consejos juiciosos, particularmente cuando éstos se proponen fundar un hogar. 

Los 10 mandamientos de los padres: 1. Formarás una familia funcional. 2. Amarás a tus hijos. 3. Serás un modelo de piedad. 4. Instruirás a tus hijos. 5. Dedicarás tiempo para estar con tus hijos. 

6. Disciplinarás a tus hijos. 7. Animarás a tus hijos. 8. Proveerás estabilidad y seguridad para tus hijos. 9. Conversarás sobre la sexualidad con tus hijos. 10. No serás un padre pasivo. 

Así las cosas, no nos “sintamos reflejados” en la actitud del fariseo. “Cuántas veces le pasamos a Dios factura por el “bien” que hicimos. Que Dios tendría que pagarnos los servicios prestados, cumplimos sus mandamientos, nos portamos bien con Él”. 

“Creemos que el otro no se merece tanto bien en la vida. Miramos de reojo al que tiene un traspié, nos consideramos mejores que él. Nos creemos buenos. Esa oración no sirve más que para aumentar nuestro ego”. 

Por eso, oigamos a Jesús: “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. (Lc 18,9-14)  

“La gran dignidad humana se funda en lo que Dios hizo por nosotros. Siendo injustos y pecadores, tuvo compasión de nosotros y nos hizo hijos suyo. 

No saber esto, lleva al humano a apoyarse en sí mismo. La autoafirmación de sí mismo es orgullo y una señal manifiesta de debilidad; o incluso lleva a apoyarse en el aplauso de los demás, que pasa como un ruido vacío”, afirmó aquel Obispo. 

¡Señor, guárdame de ser juez de los demás!... ¡Aquel que esté libre de pecados, arroje la primera piedra!  (Jn 8, 1-7) 

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