viernes, 12 de febrero de 2021

¿ESTAMOS PREPARADOS?..

         PARA MORIR…

Dice el profesor Philippe Ariès: “Nos desacostumbramos a la muerte. Tanto, individuos, como las sociedades actuales, parecen desconocer. 

No digo que antes la muerte era salvaje. Al contrario, digo que hoy se volvió salvaje. Morir es desgracia. En cambio, el hombre de la Edad Media, era consciente de que era “un muerto en suspenso”… 

Que el plazo es corto, que el morir, siempre presente en el interior de sí mismo, rompía ambiciones y envenenaba placeres. El hombre tenía una pasión por la vida que hoy nos cuesta trabajo comprender, acaso porque la nuestra, se volvió más larga”. 

Alguien dijo: somos cadáveres ambulantes, muertos vivientes o vivientes para morir. Luego, morir, es inevitable. Pero, aceptar la muerte no supone planear nuestra destrucción. Eso sería suicidio, es decir, un insano deseo de morir. 

El Papa Francisco recordó que Jesús salvó a la humanidad de la muerte. Animó a no tener miedo, porque Jesús nos tomará de la mano, del mismo modo que tomó a la hija de Jairo, y nos dirá: ¡Levántate! 

Otras culturas, antes de la nuestra, tuvieron la valentía de encarar a la muerte. Era un caso  narrado por los viejos a los jóvenes. Una realidad ineludible… «Enséñanos a calcular nuestros años, para que nuestro corazón alcance la sabiduría» (Salmo 90:12). 

Contar los propios días como el corazón se hace sabio. Palabras que nos conducen a un sano realismo, expulsando el delirio de omnipotencia. ¿Qué cosa somos nosotros? Somos «casi nada», dice otro salmo (88,48); nadie puede vivir y no morir nunca. 

Si viviéramos incluso cien años, al final nos parecerá que todo haya sido un soplo. Tantas veces yo he escuchado a los ancianos decir: “La vida se me ha pasado como un soplo”.

Así la muerte pone al desnudo nuestra vida. 

Nos hace descubrir que el orgullo, ira, odio, eran pura vanidad: Con pena, nos damos cuenta que no amamos, ni buscamos lo valioso. Vemos, sí, lo bueno que sembramos: las amistades por las cuales hicimos lo que debíamos, y que ahora nos pasan la mano. 

Jesús nos autoriza a sentirnos dolidos cuando una persona querida se va. Él se conmovió «profundamente» ante la tumba de su amigo Lázaro, y «lloró» (Jn 11,35). En esta actitud, sentimos a Jesús cercano. 

En otro pasaje se lee que un padre tenía una hija muy enferma, y se dirige con fe a Jesús para que la salve (Mc 5,21-24.35-43). Figura conmovedora es de un papá o de mamá con un hijo enfermo. Y enseguida Jesús se dirige con aquel hombre, llamado Jairo. 

Alguien de la casa y dice: la niña está muerta. Jesús dice a Jairo: «No temas, basta que creas» (Mc 5,36). Jesús sabe que Jairo está desesperado. “¡No temas, sólo ten fe!”. “¡No tengas miedo. Ya en la casa, despierta a la niña y la devuelve viva a sus seres queridos. 

A Marta que llora por la muerte de su hermano Lázaro presenta la luz de un dogma: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». (Jn 11,25-26). 

Es lo que Jesús repite a cada uno de nosotros, cada vez que la muerte viene a arrancar el tejido de la vida y de los afectos. Nuestra existencia se juega aquí, entre el lado de la fe y el precipicio del miedo. 

Dirá a cada uno de nosotros: “¡Levántate, resurge!”. Cada uno piense en su propia muerte, y se imagine ese momento que llegará, Jesús nos tomará de la mano y nos dirá: “Ven, ven conmigo, levántate”. 

Esta es nuestra esperanza ante la muerte. Para quién cree, es una puerta que se abre; para quién duda es una grieta de luz que filtra de una puerta que no se cierra del todo. Para nosotros, una gracia, luz que al encontrarnos con Jesús, nos iluminará. 

El escrito no pretende ser negativo...solo trata de ser ¡objetivo y veraz!

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