En estos días, ya casi al final del año, no es frecuente que la
mayoría de las personas haga una auditoría moral de sus valores y conductas. Aunque
el tiempo de Adviento, es una invitación para ello.
Si habla sobre los propósitos y las metas que se fijará para el próximo, en términos
temporales: comprar un coche, adquirir un vehículo más nuevo, remodelar la casa,
etc.
Pero, ¿Qué decimos de los propósitos no
cumplidos?, ¿Qué pasa con las cosas que no conseguimos lograr? A lo largo de un
año pasan tantas cosas, las agradables y positivas, por las cuales, agradecemos
a Dios, si lo hacemos…y nos sentimos tan contentos por los éxitos acumulados.
Pero, también dejamos de lado “lo malo” y ese tema
no queremos ni tocarlo, olvidando que” todo nos ayuda para nuestro bien", como dice San Pablo (Rom 8,28). Dios ha estado con nosotros de enero a diciembre, las 24 horas
del día, en las alegrías y aún más en las tristezas, en los
triunfos y sentimientos de derrota, viendo cada una de nuestras sonrisas y
secando cada una de las lágrimas, ¿Por qué no agradecerle cada uno de esos
momentos?
Sin lugar a duda en todo tiempo Dios ha
estado a nuestro lado, fiel como siempre, incondicionalmente, con los brazos
abiertos nos rodeó con alegría, los mimos que nos dieron ese cálido abrazo en las difíciles circunstancias,
mostrándonos que no todo lo negativo es malo, sino que hay cosas que
simplemente no nos fueron convenientes o no eran tan buenas como pensábamos en
su momento. (1 Tesalonicenses 5:18)
Los triunfos logrados se los agradecemos
a Dios. Y mucho hay que agradecer. Pero si ha sido un tiempo de dificultades y caídas,
confiemos en su misericordia. La parábola del hijo pródigo (Lc. 15, 11-24) es
un buen ejemplo.
El joven usó su “libertad” al elegir,
pero eligió mal, optó por placeres inferiores y momentáneos que solo le
produjeron sufrimientos. Y el papá respetó
la libertad del hijo:
…Se fue a un país lejano a despilfarrar todos los
bienes del papá en múltiples aventuras, bares, orgías, mujeres, vino y farra.
Abandonó todo para vivir una vida sin sentido, hasta volverse miserable. El
pecado arrastró al hijo haciéndole perder valores espirituales y humanos, como
a tantos posmodernos hoy.
Comenzó
a sufrir privaciones, carencia y
angustia. El quería llenar su estómago con la comida de los cerdos que cuidaba,
porque sentía hambre. Entonces volvió
en sí, reflexionó, hizo un balance de su miserable vida y tomó la decisión
de volver a casa, y así lo hizo…” (eligió bien esta vez).
Es necesario realizar
balances, auditar nuestros valores morales…replantear acciones, pensamientos y
conductas, reformar o darle nuevas formas a lo que debe ser “formateado”, al
estilo del hijo pródigo. El hombre es un ser inacabado e imperfecto,
precisamente, porque no está concluido…el hombre “barro”, materia prima que ha
de moldearse él mismo.
“Señor Dios Uno y Trino, gracias por darme la vida, porque sanaste mis dolencias, diste propósito
a mis proyectos, me diste una familia para amar y servir, unos amigos para
disfrutar. Reconozco tu gran obra, tu diaria misericordia, te alabo por
ser el mismo siempre, porque contigo está la victoria, la bendición y el
verdadero amor.
Gracias Señor porque en las pruebas me
das la fuerza para permanecer fiel, para seguir sin desmayar hasta ver la respuesta a las
peticiones que por tu amor me concedes. Te pido otra vez, que en este nuevo año,me
sigas ayudando a tenerte presente y a ser agradecido
por todo lo que me das”. ¡Feliz año 2018!
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