sábado, 9 de diciembre de 2017

APLAUDIR...APLAUSOS...APLAUSOS...

                                      ¿VANIDAD O NECESIDAD?

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El diccionario define: Aplaudir (del latín applaudere) dar palmadas en señal de aprobación  o entusiasmo. Celebrar, aprobar: aplaudo tu decisión. Aplauso: acción y efecto de aplaudir.

Entonces, aplaudir, como señal de aprobación o júbilo, es una de las reacciones colectivas más comunes del terrícola. Todos aplaudimos cuando vemos actuar a algún artista, una buena noticia, la aparición de un político de nuestro agrado o de algún pelotero ídolo.

Los estudiosos afirman que es una “característica inherente al ser humano, comprobada a partir de la observación de bebés y chimpancés, que aplauden espontáneamente para demostrar contento, felicidad o emoción”. Pero ¿hay una teoría definitiva acerca del aplauso? ¿Por qué aplaudimos?

Solemos escuchar a artistas agradecer desde el escenario, los fervorosos aplausos, porque: “Son alimentos que estimulan y fortalecen en alma”. Otros van más allá diciendo: “Los artistas vivimos de los aplausos”

Es natural recibir halagos y sentirse bien al ser reconocido y recompensado por algún acto destacado. Pero, la fuerza  o cantidad de los aplausos no siempre prueba la calidad o veracidad de una acción. Así lo dicen expertos suecos que han estudiado el tema. Según ellos, el aplauso es contagioso y la duración de una ovación depende de cómo se comportan los miembros de una multitud.

“Sólo hace falta que un pequeño número de personas comience a aplaudir para que esta forma de expresión se extienda al grupo, y con que uno o dos individuos decidan dejar de batir las palmas, el aplauso se apagará!.

“Y todo se debe a que Ud. siente la presión social de empezar a aplaudir, y una vez, comenzado a hacerlo, hay una presión igualmente fuerte para no detenerse, hasta que alguien comienza a parar". (Richard Mann, investigador de la Univ. de Uppsala, Suecia)

El filósofo mexicano Fernando Buen Abad dice: No está demás saber que los aplausos son una parte sustancial de la cultura, que los hay en todo el mundo, desde hace mucho tiempo y en las variedades más diversas. Existen aplausos personales y de masas… de “compromiso” para ocasiones diversas y los hay sinceros y fraternos para ocasiones excepcionales.

Pero el aplauso prefabricado, el que prolifera en los torneos de oratoria oficial, compañero del abrazo, de la sonrisa y del apretón de manos ceremoniales…ese aplauso, ese y no otro, es moneda corriente en el mercado de las lisonjas y es indudablemente un signo obligatorio que se tributa al “jefe”… diga lo que diga.

Es regla de oro -no escrita- que respeta, disciplinadamente, todo siervo que se precie de su servilismo…de exhibir en público las llagas abiertas de su egolatría mancillada (en referencia al presidente de su país)

Historiadores memoriosos dicen que el emperador Nerón podía llegar a contratar a inmensos grupos de personas (hasta 5.000) para que aplaudieran, a cambio de una paga monetaria, cada vez que pronunciaba sus empalagosos discursos o entonaba sus insufribles canciones. Ahora, ¿es diferente?

En la hora presente estamos asistiendo a uno de los espectáculos más deplorables que puede ofrecer el ser humano: vemos a masas enfervorizadas de gente fanatizada, aplaudiendo cualquier cosa, en nombre del "respeto y del amplio espíritu libre y democrático". Aplaudimos, por ejemplo, carretilladas de vyrorei en la Tv como en las redes sociales, como vanas promesas de tantos políticos.

Hay sectores que con aplausos a organismos anti familia, ensucian irremediablemente la imagen de todos aquellos que legítimamente defienden la base de la sociedad, pero que no dudan en repudiar y reprimir a quienes no piensan como ellos.

Es realmente muy difícil caer más bajo como ser humano y como colectivo cuando se constata una enfermiza veneración hacia los opresores y represores del hombre y del bien común. Cualquier persona con un mínimo de inteligencia, debería comprender que jamás, bajo ningún concepto, se debe aplaudir la opresión que ejercen sobre los demás, las autoridades que en vez de cumplir con sus promesas, oprimen a la ciudadanía.

Lo malo que aplaudimos o toleramos hoy, más temprano que tarde, acaba repercutiendo en nosotros.

El aplauso puede ser un mensaje, un empeño, un galardón, pero también una lástima, un golpe de ironía. Puede venir de tres amigos generosos o de un estadio repleto. De todos modos, hay que aprender a vivir sin aplausos, o sólo con el aplauso de la conciencia espontánea y veraz. (Mario Benedetti) 

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