martes, 28 de febrero de 2017

AYUNO CUARESMAL...

¿PORQUÉ  Y  PARA QUÉ?

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Decía Benedicto XVI: "Cuaresma es un tiempo de preparación espiritual más intenso que nos propone la Liturgia. Nos recuerda realizar tres prácticas penitenciales cristianas de gran valor: oración, ayuno y limosna para disponernos a celebrar mejor la Pascua (…)

La Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mt 4,1-2).

Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar.

En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, contrariando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18).

Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34).

La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2 Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del “viejo Adán” y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios.

En nuestros días la práctica del ayuno ha perdido su valor espiritual y ha caído más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios".

Por otro lado, es útil recordar que todos tenemos una “fecha de vencimiento” (muerte) ¿Cuándo será? Dios lo sabe…pero no lo dice! Luego, la necesidad de prepararnos es improrrogable. Aún así, muchos demoran. Pero, el carpe diem es argumento de peso en el mundo actual.

Carpe diem es una locución latina que significa “vive el momento”, frase atribuida al poeta latino Horacio, que se traduce como: “Aprovecha el día de hoy; confía lo menos posible en el mañana”. Así las cosas, Carpe diem es vivir el hoy y el ahora sin preocuparse por el  mañana, ya que, el futuro no existe como campo de acción.

Pero, oigamos esta advertencia:”Por eso estén preparados, porque no saben ni el día ni la hora que vendrá el Hijo del Hombre (…) Dichoso ese criado, si el amo, al llegar, lo encuentra esperándolo. Les aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si el criado es un canalla y, pensando que su amo tardará, empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo hará pedazos, como se merecen los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. (Mateo 24, 42-51)

Paradoja: Vivimos para morir y morimos para vivir eternamente. Si estamos preparados, la muerte no será motivo de espanto, porque la esperanza cristiana se funda en la posibilidad de ir al cielo para vivir por siempre feliz en compañía de la Santísima Trinidad. ¿Qué otro bien supera esta propuesta? ¡Quien no tiene Cuaresma…no tendrá Pascua! 

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