¡El profesor enseña, el maestro educa!
Un buen profesor no se define por su actividad sino por el sentido que da a ella. Educar implicar dirigir, facilitar un cambio en el otro. Lo intelectual se sujeta a un interés mayor: la virtud de ampliar la vocación de otro. “El maestro dispone su vida al servicio del otro”.
El profesor cumple un programa (a veces incompleto) se centra en su doctrina, transmite saberes, califica resultados. El profesor transmite-instruye contenidos. El maestro educa, muta hábitos, busca el bien integral del alumno, es ejemplo de los valores que predica.
El maestro, por consiguiente, se asume como servidor, sabe leer gestos, actitudes, rasgos físicos y emocionales de los educandos para descubrir lo que necesitan. Todo esto, sin dejar de transmitir saberes.
El docente enseña los saberes que el alumno debe aprender. La palabra proviene del término latino, docēre “enseñar”. En el lenguaje cotidiano, el concepto suele utilizarse como similar de profesor o maestro, aunque no representan lo mismo.
“Maestro”, por tanto, es un concepto tan profundo que nos queda grande a casi todos los docentes, pero ¿qué significa realmente?
Por ello, el maestro Carlos Díaz Hernández dice que una actividad tan crucial demanda mucha sinceridad. Luego, haríamos bien, en preguntarnos:
• ¿Enseño porque no tengo otra
alternativa?
• ¿Enseño sólo para sostener a mi familia?
• ¿Enseño para que así mi país
progrese?
• ¿Enseño porque es mi vocación?
• ¿Enseño porque es la actividad mejor que
existe?
• ¿Enseño porque me gusta trabajar en lo
que sea?
• ¿Enseño porque no sé hacer otra cosa?
• ¿Enseño y colaboro en los cambios
educativos de la escuela?
• ¿Enseño y valoro con orgullo mi
profesión?
• ¿Predomina en mí la información sobre
los valores, o su vivencia?
• ¿Vivo realmente mis valores y lucho por
transmitirlos?
• ¿Incluyo mis valores en mi trabajo
docente elaborando objetivos axiológicos?
• ¿Podría decir qué valores presento
explícita y sistemáticamente a mis alumnos?
• ¿Son congruentes los métodos didácticos
que empleo con los valores que propugno?
• ¿Propicio o aprovecho situaciones para
vivir los valores con mis alumnos?
• ¿Me preocupo de que mis alumnos también
los hagan suyos y los incluyan en sus vidas?
• ¿Tengo indicadores para saber si están
asimilando o no los valores propuestos por mí?
• En el informe… ¿tengo en cuenta todos
los valores, o solo las habilidades académicas?
• ¿Cuáles son las actitudes predominantes
en el magisterio nacional?
• ¿Podría escribir una lista de diez actitudes más importantes del maestro?
El buen educador primero abre su corazón al alumno…Jamás expulsa de su corazón, y tampoco del aula, al alumno desagradable. Nunca da por perdido al alumno descarriado, antes al contrario, va a buscarle.
No se contenta con agradar a 1 y aburrir a 99. El mal educador hace todo lo contrario. No es posible enseñar sin aceptar totalmente al enseñando. A mayor condiciones, peor enseñanza. Tampoco es posible aprender sin que quien le enseña a uno le respete.
Luego de estas reflexiones… ¿podría yo llegar a ser maestro?
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