¿POR QUÉ ES DOLOROSA?
¿Qué es la ingratitud?. El diccionario
define como “falta de agradecimiento hacia una persona que ha hecho un favor, un servicio o un bien”.
La
ingratitud, por consiguiente, es la actitud contraria al agradecimiento.
Ejemplo: una persona que no valora los gestos de los demás o los detalles
positivos que alguien haya podido tener hacia ella.
Desafortunadamente,
la persona ingrata, olvida la ayuda recibida y será incapaz de corresponder de la
misma manera que se han portado con ella. Una persona ingrata responde con
indiferencia.
La ingratitud puede tener su origen en
la soberbia y egoísmo, cuando no en la mala fe. El ingrato está
acostumbrado a obtener siempre lo mejor para sí, entonces, le
cuesta reconocer los méritos ajenos. Así las cosas, no es raro que los
favores que recibe, lejos de inspirarle agradecimiento, curiosamente, le
inspiran indiferencia y hasta, rencor.
La ingratitud puede provenir también de
una especie de descuido, desinterés de mediocridad espiritual. En este caso no
haya mala fe, pero da pena porque produce desconsuelo en aquellos que se
esmeran por hacer el bien sin obtener nunca la más mínima voz de aliento
ni el más minino signo de agradecimiento por parte nuestra.
Pero como no tenemos poder sobre el “qué
dirán”, “qué pensarán de mí” o la ingratitud, lo prudente es que nos “blindemos”
para protegernos de elementos nocivos que no podemos controlar. Aquí algunas
sugerencias posibles, recordando que: “En los postreros días vendrán tiempos
peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos… ingratos….”(2 Timoteo
3:1-2)
Porque, sin duda alguna, la ingratitud
ha existido desde que el hombre apareció en la tierra; ha estado presente a
través de los tiempos; pero hoy, se ha disparado como nunca lo fue antes. El
hombre manifiesta un corazón ingrato o desagradecido
por medio de imágenes y formas; pueden ser imágenes o formas mentales de
pensamientos, conceptos y razonamientos propios; o personas, lugares u otras
cosas.
El Arzobispo Emérito de Bologna, Cardenal Giacomo Biffi,
señaló que “el sufrimiento se debe afrontar con una confidente y apasionada búsqueda de Dios en la oración”. Al recordar la importancia del Jueves Santo, precisó que la
Eucaristía es esencialmente una memoria capaz, de rememorar dos milenios de
historia de la humanidad, muchas veces perdida y descuidada, para colocar al
Hijo del Creador entre las manos de sus criaturas.
Tengamos siempre presente: No importa
cuál es nuestra condición o situación en este mismo momento... “Podría ser
peor”, que hay gente en peores condiciones. Pensemos en la tremenda ingratitud
del Hijo pródigo,. Lo importante es que aquí estamos, y tenemos a Jesús y la
salvación de nuestra alma; no tenemos que ir al infierno porque el otro me hiere
con su ingratitud. Mejor no depender del
“humor” ajeno. Eso es ¡libertad!
Particularmente, estoy convencido de que
es mejor no esperar nada de nadie. (no digo que no deseo, pero eso depende del
otro, no de mi voluntad). Así las cosas, si soy víctima de ingratitud, estaré
protegido… me dolerá menos o no me dolerá. Es cuestión de convicción y hábito.
Otro pensamiento que protector de la
ingratitud: No esperes que la persona a la que ayudas te ayude. No esperes que
la persona que amas te amé. No esperes que la persona a la que cuidas te cuide.
No esperas nada de quien amas, porque cuando no recibas lo mismo te dolerá aún
más. No esperes nada de nadie. No esperes retribución por tu buen gesto. Ya
Dios toma en cuenta tus acciones., ¡Y eso es lo que cuenta! Recuerda que:
La ingratitud es madre de muchos vicios.
Un corazón agradecido no murmura, no critica ni rezonga. Un corazón agradecido
no teme, confía y está en paz con Dios. La gratitud genera sentimientos de paz.
La gratitud no se toma atribuciones que no le corresponde. La gratitud no habla
mal de los demás.
¡Qué
la Epifanía del Señor nos traiga un corazón agradecido….de paz y amor!
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